EL VIRREY DE LUCENI

Tradicionalmente se ha solido contar que los aragoneses y todos los oriundos en general de los diferentes Estados que componían la Corona de Aragón tuvieron prohibido el viajar a América, y que el acceso al nuevo mundo estaba permitido sólo a los castellanos. Este asunto ha generado controversia durante siglos, desde los primeros años del descubrimiento, exploración y conquista de América hasta la misma actualidad. Sin embargo, y aunque sí que parece que existió cierta prohibición, en realidad hubo no pocos aragoneses en aquél continente.

Aparentemente hubo una prohibición de facto del acceso a América a los no castellanos hasta una real cédula emitida en el año 1525 por el emperador Carlos V, por la cual daba permiso a poder ir a todos aquellos miembros de su imperio. Si existe dicha cédula, eso significa que hasta entonces los no castellanos no tenían plena libertad para viajar hasta allí. Pero aún así vemos que entre 1492 y 1525 sí que fueron aragoneses a la aventura americana. Ya en el segundo viaje de Colón, que partió en 1493, vemos al oscense Bernardo Boyl, enviado por la reina Isabel con la misión de evangelizar las nuevas tierras, y convirtiéndose en el primer aragonés que pisó América. También en 1504 vemos el caso de un comerciante aragonés llamando Juan Sánchez al que se dio permiso para comerciar con la isla de La Española, en el Caribe. También está el caso de Melchor de Alavés, un turolense que en 1517 se asentó en Cuba y después participó en la conquista del Imperio azteca como uno de los capitanes de Hernán Cortés. Y estos son sólo algunos de los casos de los que podríamos hablar.

Si avanzamos en el tiempo, a comienzos del siglo XVIII y con la Guerra de Sucesión Española, el rey Felipe V de Borbón impuso los Decretos de Nueva Planta con los que eliminó de raíz los diferentes Estados de la Corona De Aragón, sus fueros e instituciones, pasando desde entonces a ser gobernados desde Castilla como castigo por haber apoyado durante la guerra al otro pretendiente al trono, el archiduque Carlos de Habsburgo. Con esos decretos ya dejó de existir cualquier impedimento, si es que lo había ya por entonces, para que los aragoneses viajaran al nuevo mundo.

Es ahí donde encontramos la figura de un noble nacido en la vecina localidad de Luceni, de nuestra comarca de la Ribera Alta del Ebro. Hablo de Pedro Cebrián Agustín, quinto conde de Fuenclara y que nació en Luceni el 30 de abril del año 1687. El condado de Fuenclara fue creado en el año 1663 por orden del rey Felipe IV de Habsburgo, extendiéndose por parte del sur de las Cinco Villas haciendo vecindad con el condado de Sástago, al que estaba muy ligado, y llegando hasta Luceni.

Fue esta localidad vecina de Gallur, donde nación el protagonista de este artículo. Fue el sexto hijo de los diez que tuvieron José Cebrián y Alagón, el cuarto conde de Fuenclara, y su esposa, Lorenza Agustín Martínez de Marcilla, quien poseía precisamente varios señoríos como el de propia Luceni. Cuando Pedro tenía algo más de 4 años, su madre murió y su padre decidió entrar entonces en la Iglesia, siendo el niño criado desde entonces por su abuela materna.

Al crecer, inició una importante carrera política que le llevó a numerosos destinos, siendo por aquellos años señor de Luceni y Boquiñeni. Comenzó a destacar durante la anteriormente nombrada Guerra de Sucesión Española (1701-1715), en la que dos familias, los Habsburgo y los Borbones, se disputaban el trono hispano tras la muerte sin herederos de Carlos II el Hechizado. Pedro y su padre se decantaron por servir a la causa borbónica incluso a pesar de que durante parte de la guerra el reino de Aragón, o al menos buena parte de él, se acabó posicionando del lado de los Habsburgo. Eso le costó que los austracistas le confiscaran sus bienes a su padre, que recordemos que aunque se había retirado a la vida eclesiástica seguía siendo el conde de Fuenclara por entonces.

Tras la guerra y la victoria borbónica, Pedro Cebrián prosiguió su carrera, y en 1725 Felipe V le concedió por el apoyo de su familia en los años anteriores una plaza en el Consejo de Hacienda de España. Al año siguiente murió su padre y Pedro heredó entonces el condado de Fuenclara. Entre los años 1734 y 1740 comenzó a ejercer labores diplomáticas como embajador de España en lugares como Venecia, Viena, Dresde y Nápoles. Sus éxitos diplomáticos le conllevaron el nombramiento como Grande de España, es decir, el formar parte de la «creme de la creme» de la aristocracia hispana.

En 1741 le llegó su siguiente destino, siendo nombrado como virrey de Nueva España, el cual comprendía el gobierno de toda América central e importantes regiones del oeste de los actuales Estados Unidos. Como virrey era la máxima autoridad de todo ese amplísimo territorio, estando sólo por encima suya la autoridad del mismo rey. Eso sí, su viaje de ida al nuevo mundo tuvo que realizarlo en con el máximo secreto debido a la situación de guerra con la que se estaba con Gran Bretaña. Su gobierno no fue precisamente sencillo, encontrándose en el virreinato una grave crisis económica y sin apenas dinero para acometer la administración y la defensa de tan vasto territorio, el cual era un engranaje fundamental del comercio con Asia a través del famoso Galeón de Manila y que conectaba comercialmente desde las islas Filipinas los continentes de Asia, América y Europa.

Máxima extensión del virreinato de Nueva España

Añadida a esta crisis económica del virreinato de Nueva España, el conde de Fuenclara tuvo que afrontar la constante piratería tanto en el Caribe como en el Pacífico, la cual llegó a cerrar temporalmente el lucrativo comercio con las Filipinas tras el apresamiento de un barco español perdiendo más de un millón de pesos. Ante el corte del comercio, Fuenclara comenzó a recibir fuertes críticas desde España mientras trataba además de mantener cierto equilibrio y contentar tanto a los comerciantes españoles como a los criollos mexicanos. También fue muy estricto con el mantenimiento de la moralidad y el acatamiento de las leyes, especialmente entre los funcionarios de la administración virreinal, además de mostrar mucha importancia hacia la salubridad de la ciudad de México, impulsando diversas actuaciones que evitaran que las malas condiciones de limpieza de la misma acabaran provocando epidemias a la población.

Finalmente, en el año 1745 el virrey Fuenclara enfermó, y viendo que no lograba una total recuperación solicitó a la corona ser relevado en el cargo, abandonando su puesto como virrey en el año 1746 y regresando a España. Una vez mejoró, regresó como embajador a la corte del archiducado de Austria en Viena, donde estuvo un tiempo hasta regresar ya de nuevo a Madrid, donde murió el 6 de agosto de 1752. Sin duda fue y sigue siendo una de las personalidades políticas más importantes nacidas en la comarca de la Ribera Alta del Ebro, tanto por la importancia que tuvo como embajador durante el reinado de Felipe V como en su paso como gobernador de aquél virreinato de Nueva España.

Sergio Martínez Gil

Lcdo. en Historia por la Univ de Zaragoza


BIBLIOGRAFÍA

  • – M. Rivera, Los gobernantes de México, t. I, México, Imprenta de J. M. Aguilar Ortega, 1872.
  • – E. Sarrablo Aguareles, El conde de Fuenclara embajador y virrey de Nueva España (1687-1752), Sevilla, Escuela de Estudios Hispano- Americanos, 1955 y 1966, 2 vols.
  • – J. P. Alzina, Embajadores de España en los Países Bajos, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2004.

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