Casi como si de una historia de cuento se tratara, aunque poco tuvo en realidad de cuento de hadas el asunto, nos encontramos en las ruinas del antiguo castillo del Castellar la historia de cuando toda una reina de León fue encerrada por orden de su esposo; Alfonso I de Aragón y de Pamplona.
Esta historia nos sitúa en el año 1108 en un contexto nada halagüeño para el hasta entonces pujante Reino de León. Y es que unos cuantos años antes, en el 1085, Alfonso VI de León había logrado conquistar a los musulmanes la ciudad de Toledo, la antigua capital del reino de los visigodos. Pero esto hizo que cundiera la alarma entre los restantes reinos de taifas musulmanes en al-Andalus, por lo que solicitaron ayuda al Imperio almorávide, un gran imperio norteafricano caracterizado por un mayor fanatismo religioso. Al año siguiente de la caída de Toledo los almorávides desembarcaron en la península y vencieron sin paliativos hasta los entonces exultantes ejércitos leoneses en la Batalla de Sagrajas.
Parecía que todo lo que se había ganado hasta entonces por parte de los reinos cristianos del norte estaba en peligro. Al final, y con una serie de colaboraciones entre aquellos reinos, incluyendo al Reino de Aragón, se logró frenar en cierta medida esa amenaza, aunque está no había terminado.
Pero llegamos a ese año de 1108 en el que de nuevo los ejércitos leoneses y los almorávides volvieron a enfrentarse, en esta ocasión en Uclés. De nuevo la victoria fue para los almorávides, pero aún más grave que la propia derrota fue que en la batalla murió el único hijo varón y heredero al trono de un ya anciano Alfonso VI, el infante Sancho Alfónsez. Se abrió así una grave crisis en la sucesión del trono en un momento en que el reino necesitaba a un rey guerrero.

Sin embargo, la siguiente en la línea se sucesión era la infanta Urraca que, por su condición de mujer y según la mentalidad de la época, ni había recibido formación militar ni se la consideraba capaz de afrontar por ella misma la amenaza almorávide. Hacía un tiempo que había quedado viuda de su primer matrimonio, así que se buscó una solución. Su padre Alfonso VI comenzó a buscarle un nuevo marido que estuviera a su lado y que fuera además un demostrado líder militar.
Al otro lado de la Península teníamos justo en ese momento a Alfonso I, rey de Aragón y de Pamplona. Este había subido al trono a la muerte de su hermano Pedro I en el año 1104 y ya había demostrado sobradamente su capacidad militar, habiendo luchando en la Batalla del Alcoraz que supuso la conquista de Huesca a los musulmanes, combatido junto al Cid, o conquistado plazas como Ejea o Tauste. Así Alfonso VI de León optó por Alfonso el Batallador para casar a su hija, boda que se celebró en septiembre de 1109 cuando ya había fallecido el monarca leonés.
Sin embargo, el matrimonio no fue un camino de rosas, precisamente. La nobleza gallega y leonesa vieron desde el primer momento con recelo aquél matrimonio con un «extranjero». Además, Alfonso enseguida comenzó a otorgar títulos y tenencias de castillos, tierras y puestos de poder a aragoneses y navarros, por lo que enseguida encendió los ánimos de leoneses y gallegos que pensaban que aquellas dádivas les pertenecían a ellos por derecho. Enseguida se iniciaron continuas rebeliones que Alfonso de Aragón aplastó por la fuerza una tras otra.
Mientras, la relación personal entre Urraca y Alfonso nunca fue buena, hasta el punto que las crónicas leonesas nos cuentan que el monarca aragonés ejerció la violencia contra la reina Urraca. También se ha hablado siempre sobre la supuesta homosexualidad del rey aragonés y de su misoginia. Las propias crónicas de la época nos dicen que Alfonso «prefería la compañía de las hombres al de las mujeres«, sin mencionar que además jamás volvió a casarse tras su matrimonio con Urraca ni se le conocen relaciones que dieran fruto a hijos ilegítimos, como solía ser frecuente entre los monarcas.
La guerra civil se desató en León y pronto Urraca y un hijo que ya tenía de su anterior matrimonio fueron tomados por muchos nobles como un símbolo de resistencia ante el imparable poder de Alfonso de Aragón. La propia Urraca comenzó a contradecir las órdenes que daba su esposo, y además se rumoreaba que el arzobispo de Toledo se estaba carteando con Roma para que el papa proclamara la nulidad del matrimonio entre ambos monarcas, por no hablar de los rumores que decían que Urraca tenía una relación amorosa con el conde castellano Gómez González. Por todo ello, Alfonso ordenó la detención y encierro de Urraca en la fortaleza de El Castellar, situada en las estribaciones del Ebro en una tierra de frontera entre el Reino de Aragón y el reino musulmán de Zaragoza y cuyas ruinas están en nuestra actual Comarca de la Ribera Alta del Ebro.
Finalmente, tanto Gómez González como el también noble castellano Pedro González de Lara, quien por cierto también llegó a ser amante de la reina Urraca, juntaron a sus mesnadas en secreto, cruzaron la frontera entre los Reinos de León y Aragón y consiguieron liberar de su cautiverio a la reina Urraca, casi como en una especie de historia novelesca.
Finalmente, la Iglesia acabó por considerar nulo el matrimonio de ambos y Alfonso dejó su título de rey de León y emperador de las Hispanias, aunque sí que conservó muchos territorios, sobre todo los limítrofes al Reino de Aragón. Pero esa ya es otra historia.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza