Una de las etapas menos conocidas de la historia de la Península Ibérica y, en cuanto a lo que nos atañe, de lo que hoy en día es Aragón, es la época visigoda, sobre la que la información de la que disponemos es mucho menor que etapas anteriores y posteriores. Además, es una etapa que se idealizó principalmente con la historigrafía del siglo XIX afectada, como en todos los países europeos, por los movimientos románticos que buscaban pasados gloriosos para el nuevo concepto de nación. Cuanto más antiguo y glorioso fuera, mejor que mejor, y ante ello se quiso ver a ese Reino Visigodo como los inicios de España. Nada más lejos de la realidad.
La llegada de los visigodos a la Hispania romana
Los visigodos fueron una rama del pueblo germánico de los godos y que aparecieron ante las fronteras del Imperio Romano a mediados del siglo III d.C. Sin embargo, un siglo después, la presión que otro pueblo bárbaro estaba haciendo sobre ellos, los hunos, hizo que los godos emigraran hacia el Danubio y en el año 376 pidieran ayuda al Imperio Romano. Este les concedió permiso para establecerse en sus fronteras, otorgándoles tierras pero a cambio de convertirse en un pueblo federado que luchara contra los enemigos de Roma. El trato fue aceptado, pero al poco tiempo la presión de la administración fiscal romana sobre ellos, algo a lo que no estaban acostumbrados, les hizo rebelarse contra el poder de Roma, y en el año 378 derrotaron duramente al ejército imperial en la Batalla de Adrianópolis (actual Edirne, en la Turquía europea). Fue una auténtica debacle para los romanos, llegando a morir el mismo emperador Valente. Finalmente, Roma no tuvo más remedio que firmar la paz e integrar mejor al pueblo visigodo en el Imperio y darle un mayor papel en su ejército.
En el 395 el emperador Teodosio dividió en dos el Imperio y el líder de los visigodos, Alarico, vio en esta división una oportunidad para lograr botín. Atacó primero las tierras del Imperio Romano de Oriente y, más tarde, se dirigió a Roma, saqueándola en el año 410. Pero a la muerte de Alarico su sucesor decidió volver a ponerse al servicio del emperador romano de occidente. Tras esto, los visigodos comenzaron a hacerse fuertes en el sur de la Galia, llegando poco a poco también a algunas zonas de Hispania. De este asentamiento fundan el Reino de Tolosa (actual Toulouse), cada vez más independiente

del poder romano aunque oficialmente seguían siendo un pueblo federado del imperio. Su llegada a Hispania la hacen sobre todo por el mandato imperial de luchar contra los pueblos germánicos que irrumpen en ella desde el año 409, concretamente los suevos, alanos y vándalos. La lucha de los visigodos contra ellos hace que se asienten en buena parte de Hispania, llegando a derrotar a los alanos y a expulsar hacia el norte de África a los vándalos. Sin embargo, los suevos terminaron por hacerse fuertes en las actuales Galicia , norte y centro de Portugal.
En el 507 interrumpe en esta historia un nuevo pueblo; los francos. Deseosos de hacerse con toda la Galia se enfrentaron a los visigodos en la Batalla de Vouillé, siendo estos últimos derrotados totalmente poniendo fin al Reino de Tolosa y al poder visigodo en casi toda la Galia, centrándose ahora ya en Hispania.
El Reino Visigodo en Hispania
¿Cuántos visigodos llegaron a Hispania? Las cifras que más consenso han recibido entre los historiadores es que hacia el año 416, cuando los visigodos comienzan una importante presencia en las provincias hispanorromanas, estos eran capaces de poner en pie de guerra a alrededor de 15.000 guerreros, lo que nos deja una población total de no más de 100.000 personas. ¿Cómo entonces estos pudieron llegar a dominar a una población hispanorromana de alrededor de 5 millones de personas?
La explicación sólo es una. El pueblo visigodo se estableció como una nueva élite guerrera que vino a sustituir, poco a poco, a la administración romana cuyo poder iba en declive con el paso de las décadas. La población preexistente simplemente admitió este nuevo dominio a cambio de lograr cierta estabilidad que se había perdido con las invasiones bárbaras, pero también con las revueltas campesinas de los bagaudas; antiguos esclavos, libertos e incluso campesinos arruinados que se lanzan al pillaje, siendo este muy intenso en el valle medio del Ebro. Por ejemplo, en el año 449 se produce un gran brote de estas revueltas que terminan con el ataque y saqueo de Turiaso (Tarazona), donde son asesinados muchos de sus habitantes, incluyendo a su obispo, León. La situación fue incluso aprovechada por los suevos, cuyo rey Requiario lanzó una ofensiva atacando y saqueando Caesaraugusta (Zaragoza) e Ilerda (Lérida). El dominio romano, ya en sus estertores, y el cual no pasaba de lo que había sido la antigua provincia hispana de la Tarraconense, encarga a los visigodos que recuperen el control de la zona, cosa que hacen por orden del rey visigodo de Tolosa, Eurico, que envía una expedición al mando del comes o conde Gauterico. Este atraviesa los Pirineos por Roncesvalles y se hace con el control de Pamplona, Zaragoza (año 472) y algunos otros núcleos urbanos. Sumado a los dominios que ya tenían antes, los visigodos se hacen fuertes controlando el eje de la antigua calzada romana que iba de Barcino (Barcelona) a Hispalis (Sevilla), pasando por Zaragoza, Toletum (Toledo) y Emérita Augusta (Mérida).
Así fue como el poder visigodo del Reino de Tolosa se fue expandiendo en Hispania y, desde el 507 con la derrota ante los francos, ese poder se pasa totalmente a las antiguas provincias hispanas ante la total ausencia de poder romano, pues su último emperador en occidente había sido depuesto en el año 476. Comenzaba la historia del Reino Visigodo.
La monarquía visigoda
Los visigodos llevaban por entonces dos siglos en contacto directo con los romanos, por lo que tampoco se puede pensar en un pueblo totalmente bárbaro. Habían acogido buena parte de la cultura latina, incluyendo su conversión al cristianismo. Sin embargo, los visigodos eran arrianos, un dogma diferente al catolicismo que por entonces era el que imperaba en la sociedad hispanorromana. De ahí que durante mucho tiempo los visigodos no se juntaran con esa población y que incluso tuvieran leyes que impidieran los matrimonios mixtos, favoreciendo el mantenimiento de los visigodos como una élite gobernante bien diferenciada del resto de la población, y que sólo se irá mezclando prácticamente en su último siglo de existencia, aunque a un nivel “escaso”.
Su monarquía preservaba esa costumbre germana del liderazgo del más fuerte, y por eso era electiva. Los nobles elegían al rey, pero esto generaba unas enormes tensiones y luchas internas por lograr el trono provocando inestabilidad y facilitando la llegada a la península de otras entidades políticas. Por ejemplo, los suevos resistieron bastante tiempo al poder visigodo, al igual que las continuas rebeliones de cántabros y vascones.

También llegaría al sur de Hispania el poder del Imperio Romano de Oriente bajo la doctrina de la Renovatio Imperii del emperador Justiniano I, que quería volver a recuperar los antiguos territorios de Roma. Cada vez está más aceptada la tesis de que la presencia bizantina no se debió a una simple invasión, sino al ofrecimiento de esos dominios por parte de un pretendiente visigodo al trono a cambio de ayuda militar. De la misma manera que es muy probable que los musulmanes llegaran de la misma forma en el año 711, fruto de las luchas internas visigodas, pero que luego decidieran quedarse en Hispania como ya hicieron los bizantinos. Eso sí, los musulmanes con un considerable mayor éxito.
Con el tiempo, la monarquía visigoda, que siguió manteniéndose por una estructura basada en la élite guerrera que conformaba su nobleza mientras gobernaba a los hispanorromanos, se fue transformando poco a poco, estableciendo su capital en Toledo. Realmente los vestigios que nos han llegado, tanto documentales como arqueológicos, son muy escasos. Sí que nos ha llegado información de sus famosos concilios, en los que en la mayoría de ellos se establecieron diferentes reformas religiosas, incluyendo la conversión del rey Recaredo al catolicismo a la cual le siguió toda la nobleza visigoda (año 589). Estos concilios fueron muy numerosos, y en ellos también se trataban a veces asuntos legales o sucesiones al trono. En Zaragoza llegaron a celebrarse dos de ellos. El primero en el año 592, presidido por el mismo Recaredo, y el segundo en el 619 durante el reinado de Sisebuto. La celebración en esta ciudad de dos concilios dan muestras de la importancia que llegó a tener la capital del Ebro durante el dominio visigótico.
El Aragón visigodo
Sin duda Zaragoza, o Cesaracosta, como se la empezó a conocer avanzado el periodo visigodo, vivió una etapa de cierto esplendor dada su importancia, como muestran esos dos concilios que se celebraron en ella. Por supuesto, la ciudad contaba además con su característica situación estratégica, la cual hizo que se convirtiera en uno de los objetivos que el rey de los francos, Childiberto I, tuvo durante la campaña que realizó por el norte de la Península Ibérica en el año 542. Recordemos que unas décadas antes, esos mismos francos habían expulsado de la Galia a los visigodos y que durante siglos soñaron con dominar lo que llamaron “Marca Hispánica”, las tierras que iban desde los Pirineos al valle del Ebro. El ejército franco llegó a las puertas de la ciudad, defendida por el dux visigodo Teudiselo, y la sitió durante 49 días, aunque finalmente tuvieron que levantar el asedio.
Ese esplendor no fue sólo económico o de influencia política, sino también cultural, muy ligado a la propia Iglesia. Se conocen datos de la recopilación de una de las bibliotecas más importantes del reino visigótico, para lo cual hacía falta tener uno de los talleres de copistas más prestigiosos de la época.

Intelectualmente destacaron además figuras como la de San Braulio, obispo de la ciudad entre los años 631 y 651, quien mantuvo una importante y en buena medida conocida relación epistolar con San Isidoro, arzobispo de Sevilla. También su sucesor, Samuel Tajón(obispo del 651 al 680), quien ya en el año 646 llegó a viajar a Roma por orden del rey Chindasvinto y que participó en varios concilios del reino.
Pero no fue el único núcleo de importancia. Tirassona (Tarazona), llegó a contar con su propia ceca para acuñar moneda, al igual que Zaragoza y, en menor medida, Volotania (Boltaña) y Cestavvi (Gistaín), lo cual nos hace ver que en lo económico eran núcleos de cierta importancia en la provincia tarraconense. También destacó la antigua Osca (Huesca), cuya sede episcopal alcanzó cierta importancia con la iglesia de San Pedro el Viejo a la cabeza y donde se celebró también un concilio en el año 598, y como núcleos importantes pero sin sede episcopal se pueden destacar los casos de Bursao (Borja) y Egessa (Ejea de los Caballeros).
El fin del Reino Visigodo en el actual Aragón
El fin del dominio visigodo sobre las antiguas provincias romanas de Hispania fue, evidentemente, provocado por la invasión islámica del año 711. Sin embargo, no se puede explicar por sí solo el derrumbe total visigodo en apenas unos meses por las derrotas militares. La historiografía romántica y nacionalista propia del siglo XIX construyó, como en todos los países europeos, un relato nacional y, en el caso de España se introdujo en él al Reino Visigodo como parte de su historia.
Lo cierto es que las investigaciones más exhaustivas de las últimas décadas desmienten todas estas tesis decimonónicas y, como hemos visto ya, la Hispania de aquella época no era realmente un “Estado” visigodo. Las élites gobernantes y dominantes eran, por su puesto, de origen visigótico, pero la inmensa mayoría de la población era de origen hispanorromano, a la cual realmente no le importaba en demasía quién las gobernase mientras se les diera cierta estabilidad. De ahí que una vez que los musulmanes acabaron con el poder militar visigodo, apenas se les opusiera resistencia y que ocuparan casi todo el territorio en muy poco tiempo a pesar de contar con pocos efectivos. Y es que parece que a la Península Ibérica llegara aquel año una horda de millones de musulmanes, pero nada más lejos de la realidad, pues apenas llegaría a los 25.000 efectivos. ¿Cómo un número tan limitado podía dominar tan fácilmente a una población de millones de personas?
Esto sólo se puede responder, simplificando mucho la respuesta, eso sí, a que la población hispana veía con más o menos los mismos ojos tanto a visigodos como a musulmanes: como una élite dominadora que poco o nada tenía que ver con ellos. Los pocos conatos de resistencia seria tuvieron que ver más con el intento de mantener su poder y preeminencia por parte de la aristocracia local y, en la mayoría de los casos, esta llegó a colaborar directamente con el poder musulmán, como veremos más tarde.
Como decía, el colapso visigodo no se debió sólo a la invasión del 711, sino también a sus propios problemas internos y a su escasa fortaleza para mantener el dominio de todo el territorio, y esto se ve en las constantes luchas internas entre las familias nobles por hacerse con el trono o las diferentes rebeliones. Sin ir más lejos, el destronamiento del rey Suintila por Sisenando tuvo Zaragoza como parte del teatro de operaciones. Al parecer, ciertas reformas que puso en marcha el rey Suintila encaminadas a reforzar el poder de la monarquía frente a la nobleza y la Iglesia, le granjearon a este las simpatías de la población a la vez que la oposición de la nobleza visigoda. Esto terminó por provocar una nueva rebelión que acabó liderando el noble Sisenando, quien logró el apoyo de los francos y organizar un ejército alrededor de Tolosa (Toulouse) que en el año 631 marchó hacia el norte de Hispania. A este ejército franco se unieron los rebeldes visigodos y, ese mismo año, conquistaron Zaragoza sin apenas oposición. La caída de la ciudad hizo que la rebelión se extendiera como la pólvora y que finalmente Suintila fuera depuesto como monarca. Triste final para el monarca que había unido territorialmente toda la península tras expulsar definitivamente a los bizantinos en el sur.
Las rebeliones siguieron siendo frecuentes, y en el año 652, el noble Froya no aceptó la elección como rey de Recesvinto, organizando un nuevo levantamiento que en esta ocasión apoyaron los vascones. Reunió un importante ejército que asoló buena parte de la provincia Tarraconense y en el verano de ese año comenzó a sitiar Zaragoza, que de nuevo se convirtió en el lugar donde se decidía un reinado. Froya mantuvo el sitio de la ciudad hasta noviembre del 652, momento en el cual el rey Recesvinto logró por fin reunir a sus fuerzas y avanzar con su ejército, liberando a la ciudad del sitio y venciendo a los rebeldes.

La última gran rebelión fue la que provocó, precisamente, la caída de los visigodos. La elección de Rodrigo como rey puso una vez más en pie de guerra a aquellos nobles que pensaban tenían más derechos al trono, como fueron los descendientes del anterior monarca; Witiza. Estos se habrían puesto en contacto con los musulmanes, que recientemente se habían hecho con el norte de África, solicitando su ayuda militar para lograr el trono a cambio de darles el dominio de algunas plazas en el sur peninsular. Se repetía de nuevo la historia que llevó a los bizantinos a dominar buena parte de esa región.
Sin embargo, la expedición musulmana fue mucho más allá, y los 7.000 efectivos que desembarcaron en abril del 711 al mando de Tariq decidieron emprender la conquista de lo que empezaron a llamar al-Andalus. El propio rey Rodrigo acudió con su ejército, pero fue derrotado en julio en la Batalla del río Guadalete. Ante este éxito, el gobernador de la provincia norteafricana de Ifriquiya, Musa Ibn Nusayr, quien no quería que su subalterno Tariq, que además era beréber y no árabe, se llevara toda la gloria y botín, cruzó el estrecho con otros 18.000 efectivos, en este caso de origen árabe en su mayoría.
En la Batalla de Écija los musulmanes se enfrentaron a los restos del ejército visigodo, el cual siguió teniendo a su vez disputas internas por ver quién les lideraba tras la muerte de Rodrigo, siendo definitivamente derrotados. En apenas unos meses, el poder visigodo se había derrumbado, y antes de finalizar el año 711 los musulmanes ya habían capturado la capital toledana.
En el año 714 los musulmanes llegan al valle del Ebro, donde dominan este con facilidad gracias a los pactos a los que llegan con grandes familias hispanorromanas de la zona, como los Banu Qasi (traducido sería algo así como “los hijos de Casio), que se convierten al islam y colaboran en la conquista a cambio de conservar sus dominios que iban desde Tudela a Zaragoza. También llegaron a acuerdos con otras familias como los Banu Amrús, cuyos dominios se encontraban por la zona de Barbastro y Huesca. Esta última fue la única población de lo que es hoy Aragón que ofreció resistencia, siendo asediada durante un tiempo. Hay historias que hablan del asedio de Zaragoza y que tras su caída los musulmanes incendiaron parte de la ciudad y crucificaron a los hombres por su resistencia. Sin embargo, no hay ningún dato arqueológico que haya mostrado esta destrucción, y parece más correcto pensar en la rendición de la ciudad por pacto, aunque quizás hubo algún corto asedio. Sea como fuere, el Reino Visigodo había ya desaparecido.
Gallur y la época visigoda
Tras una época de vacío documental en la que las únicas noticias que tenemos de Gallur provienen de los restos arqueológicos, nos llegan a través de los textos escritos noticias sesgadas de la Antigüedad Tardía -siglos IV y V-, recogidas en El Noticiero de Castillo Genzor, en el magnífico libro «Historia de la Villa de Gallur», de Leonardo Blanco Lalinde y en la Gran Enciclopedia Aragonesa.
Para poner al lector en situación cabe decir que nos movemos en una época en la que se está sustituyendo la economía monetaria por un nuevo comercio de trueque, además de que se están abandonando las ciudades y el mantenimiento y uso de sus edificios públicos. Nos encontramos con una sociedad ruralizada e indefensa ante las invasiones de los bárbaros, que se tiene que amparar en el señor local y en su pequeño ejército que les protege, dada la ineficacia del Estado romano. Es un contexto lleno de micromundos de aldea con un Estado y unas ciudades muy débiles. Hay un gran vacío de poder. Llega un momento en que prácticamente, salvo alguna excepción, sólo sobreviven las ciudades que cuentan con un fuerte obispado como Caesaraugusta -Zaragoza- o Turiaso -Tarazona-. Esta situación es aprovechada por pueblos bárbaros como los suevos y por las bagaudas, que son una mezcla de desertores del ejército romano, indigentes, criminales, esclavos fugitivos y campesinos hartos de la desprotección y de la alta presión fiscal del Estado; que se dedican al pillaje y al saqueo como medio de vida.
Son años también de convulsos cambios religiosos, que llevan aparejados enormes transformaciones culturales y de la mentalidad. Primero asistimos a la persecución de los cristianos, a los que se les culpa de todas las desgracias del imperio; después a la permisión del culto cristiano y la fijación de la ortodoxia; y por último, a la consolidación del cristianismo como única religión oficial del imperio y a la persecución del paganismo y de las herejías. Hispania fue uno de los lugares del imperio romano donde más tarde llegó el cristianismo, por razones geográficas, ya que eran las provincias más alejadas del foco original en Palestina. Pero en el valle del Ebro, una vez llegó, se implantó con mucha fuerza e intensidad. Resultado de todo ello, en nuestra tierra las últimas persecuciones, durante los mandatos imperiales de Valeriano y Diocleciano, tuvieron especial virulencia. Con razón Prudencio llamaba a Caesaraugusta la “Ciudad de los mártires”. Cuando se permitió el culto cristiano, el valle del Ebro fue epicentro de intensos debates religiosos, ya que Frontón nos informa de que en Osca -Huesca- residía el líder de la herejía priscilianista. El obispado de Caesaraugusta se convirtió en uno de los más fuertes y poderosos. De hecho, en la ciudad se celebraron un buen número de concilios y sus epíscopos fueron invitados a concilios tan lejanos como los de Elvira -Andalucía-, Arlés -Francia- y Sárdica -Bulgaria-.
Debido a estas circunstancias las noticias que nos llegan de Gallur de esta época son religiosas. Según las fuentes, en el siglo IV, año 303, durante las persecuciones del emperador Diocleciano, fueron ejecutados en Gallur San Baco, que a veces es nombrado como San Baso, y San Jaceto.
Por último, en el año 453 murió en Gallur el impío Valeriano Herege, de Caesraugusta, al enfrentarse con un ejército ante las autoridades de la época. Coincide con el envío ese mismo año de una guarnición romana al mando de Mansueto, conde de las Hispanias, que derrotó a los suevos obligándoles a retirarse del valle del Ebro, rompiendo así la alianza de éstos con las bagaudas y facilitando que los visigodos al mando de Federico, hermano del rey Teodorico II, las derrotaran definitivamente, después de que desde el año 449 se apoderaran de la región, ocupando Tarazona tras matar a su guarnición visigoda y a su obispo, y de que saquearan Zaragoza y Lérida.
Seguramente Gallur se vio afectado también por las bagaudas anteriores de menor intensidad de los años 441 y 443, ya que el itinerario de estos rebeldes transcurría por las vías romanas y Gallur en esos momentos era un cruce de caminos.
Urbanismo y vestigios del Aragón visigodo
La base urbana configurada por el poder romano en Hispania se conserva en gran medida en época visigoda, cuya sociedad sabe reaprovechar lo que los antiguos dominadores dejaron. Así, esa trama urbana se mantiene durante los siglos V, VI y VII con pequeños cambios lógicos por el paso del tiempo y ante la desaparición/reconversión de la antigua administración romana.
Curiosamente, va a ser en buena medida el factor religioso el que dirija los ligeros cambios en el urbanismo de esta etapa. Esto se debe a que en las ciudades serán los obispos los que lideren esos cambios urbanísticos al ser los impulsores de la nueva actividad constructiva monumental. Ya no hay una fuerte y rica administración que construya edificios de carácter público como teatros, anfiteatro, termas, oficinas administrativas, etc. El único poder capaz de realizar construcciones importantes será esos obispados y, evidentemente, la tipología iba a ser religiosa.
En muchos casos se desmantelan grandes edificios de la antigüedad, en ese momento ya ruinosos y sin función, para aprovechar los materiales como la piedra, escasísima en el valle medio del Ebro, y utilizar ese material en nuevos edificios. En el caso del Teatro de Caesaraugusta (Zaragoza), este proceso se inició ya en época romana hacia el siglo III d.C. para potenciar la muralla de la ciudad ante la etapa de inseguridad por las invasiones bárbaras, pero sin duda continuó en época visigoda, llegando a encontrarse incluso en parte de su solar una pequeña necrópolis visigoda. Se presupone la existencia de una catedral visigoda en la ciudad, dedicada a San Vicente y que estaría en el lugar que había ocupado el templo principal pagano de la ciudad romana, donde después de la conquista se construyó la Mezquita Aljama y, en 1119, se convirtió en la Seo de Zaragoza.

Podemos también ir también a la famosa Villa Fortunatus de Fraga(Huesca). Era una antigua finca de terratenientes agropecuarios construida en el siglo II d.C. con unos maravillosos mosaicos que hoy podemos disfrutar en el Museo de Zaragoza. Con el tiempo, la villa es abandonada, y en el siglo VI se aprovecha parte de sus estructura para construir una basílica paleocristiana en plena época visigoda.
Realmente son pocos los vestigios que nos han dejado los visigodos en Aragón y, algunos de ellos están discutidos. Destaca por ejemplo el Real Monasterio de San Victorián, cerca de la localidad de los Molinos, en la comarca del Sobrarbe. Según algunos expertos, su origen se remonta al siglo VI, lo que le convertiría en el monasterio más antiguo de la Península Ibérica, dedicado en esa época a San Martín de Asán. De todas formas no ha documentado hasta ahora ninguna estructura anterior al siglo X, por lo que el origen visigodo no está certificado. Desde luego me dejo algunos otros restos que podríamos mencionar, pero eso lo dejo para otro día.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
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