Manuel Torres Gómez nació en Gallur el 21 de agosto de 1947. De su infancia en Gallur recuerda especialmente a Mosén Alfredo y la Escuela de Motores para jóvenes. Este sacerdote intentó crear una escuela vocacional con un grupo de monaguillos que ayudaban en la parroquia. El objetivo era que estos niños pudieran continuar estudios en la Escuela Diocesana de Zaragoza. A los 10 años, junto con otros compañeros, marchó a estudiar a Zaragoza. Entró joven a formar parte del Movimiento Junior de Acción Católica. Cuando terminó el bachillerato pasó al Seminario Mayor donde tan solo estuvo un año. Aunque su primera vocación fue diocesana, cree que influenciado por Mosén Alfredo, su vocación misionera se despertó pronto. En esta decisión pudo influir un sacerdote de la familia paterna que abrió su mente hacia el mundo de las misiones. Así pues, pronto se dio cuenta de lo que verdaderamente deseaba y comenzó a prepararse para formar parte de los Misioneros Combonianos. Esta congregación está presente en España desde 1954 y su objetivo es promover un mundo más justo y fraterno en actitud de diálogo y colaboración con otras culturas y religiones. Esta forma de entender la vida fue lo que llevó a Manolo a seguir los pasos del italiano san Daniel Comboni, fundador de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús.
En Moncada (Valencia) se inició en la filosofía de la congregación, de ahí se trasladó a Corella y más tarde continuó su preparación en Palencia. En la casa que los hermanos tenían en esta ciudad estudió sobre todo Teología y también dio clases a los alumnos que entonces estaban en 5º y 6º curso de bachillerato.
La ordenación como sacerdote fue el 29 de abril de 1973 en Palencia a cargo del Obispo Jesuita, misionero en China, Monseñor Melendro. Como curiosidad, este obispo de la Compañía de Jesús fue arzobispo de la archidiócesis de Anking, en China, pero tuvo que abandonar el país cuando las tropas maoístas llegaron a la zona y cerraron el centro en el que había ejercido como misionero durante más de dos décadas. El mismo año de su ordenación, en las fiestas de San Pedro, Manolo presidió la misa mayor en la iglesia parroquial de Gallur.
Continuó su actividad en la casa de formación de Palencia durante tres años más. En este periodo se encargó de la formación de los alumnos que cursaban COU, el año anterior al noviciado.
Con 27 años llegó su primera experiencia como misionero en uno de los centros que los combonianos tenían en el Congo, un país de África ecuatorial en el que se habla francés pero también otras cuatro lenguas vehiculares y más de 100 idiomas propios de las diferentes tribus.
Por fin podía desarrollar la labor para la que llevaba mucho tiempo preparándose. Los primeros cinco años los pasó en una parroquia, una trabajo que él deseaba ejercer desde hacía tiempo. Tadu, de la tribu Logo, en el nordeste del país, fue el lugar en el que desarrolló su labor, enfocada principalmente a la educación de niños y jóvenes. Esa tribu era católica gracias a las misiones fundadas en esa zona por los dominicos. Se hizo una gran labor de formación con los catequistas; una semana al mes, y a veces dos, recibían clases sobre las líneas pedagógicas a seguir. Sus conocimientos de psicología y pedagogía le han sido muy útiles a lo largo de su etapa como formador. Los maestros de las escuelas trabajan, prácticamente, por amor al arte, por lo que los misioneros animan a los padres a colaborar con estas personas haciéndoles la vida más fácil: por ejemplo, ayudándoles a cultivar sus campos para que puedan dedicar tiempo a la escuela y que no les falte un plato de arroz a sus familias. Durante esta época tuvo un compañero de misión de Sádaba, José Rubio. La ayuda que cada año recibían de España iba comprometida con algún proyecto concreto, especialmente para la creación de escuelas. Estos misioneros ven en la educación la solución para muchos de los problemas de estos países. De hecho, en unos años se han hecho grandes avances en este sentido.
De Tadu se trasladó a Kisangani, la capital del nordeste del Congo, una ciudad con universidad y en la que comenzó un Seminario Filosófico. Cuando llegó ya existía el Seminario, pero él se encargó de crear el Seminario de filosofía de los seguidores de Comboni en este lugar. Más tarde, se reunieron las distintas congregaciones misioneras allí presentes y formaron un único Centro Filosófico. Disfrutó mucho en este trabajo y lo considera de gran importancia.
Durante once años permaneció en el Congo ejerciendo de misionero, pero regresó a España, concretamente al noviciado de Moncada, para ejercer de formador de las nuevas generaciones. Tras siete años en este puesto su destino fue Polonia. Era el comienzo de los Combonianos en este país europeo de tradición católica. Su llegada coincidió con el fin del comunismo, aunque todavía se encontró con muchas dificultades. En principio iba a permanecer seis años, pero la falta de personas que se hicieran cargo del puesto que él desempeñaba hizo que su estancia en el país se prolongara durante 20 años. El primer año lo dedicó a estudiar el polaco y el segundo año ya fue nombrado responsable comboniano. Trabajó mucho en las Obras Misionales Pontificias y ser miembro de esta organización le abrió muchas puertas. Recorría el país para dar a conocer las ideas de Comboni y animar a los jóvenes a tomar el camino de la misión. En esta etapa de transición del comunismo al capitalismo se le presentaban algunos obstáculos, pero su experiencia y actitud solventaron las situaciones más complicadas. Fue director de la revista que la congregación editaba en Polonia. A algunos jóvenes que querían dedicar su vida a las misiones en América Latina los enviaba a España para que completaran su formación y practicaran el idioma en parroquias españolas. Para esta labor contó con la colaboración del actual arzobispo de Barcelona, Monseñor Juan José Omella, que había sido compañero de estudios en su juventud.
Desde Polonia, y tras más de 20 años en este país europeo (1990-2012), regresó nuevamente al Congo. En la población de Dungu, entre los azande (uno de las muchas tribus centroafricanas), se hizo cargo de la parroquia. Durante dos años estuvo en Dungu y de allí pasó a la parroquia de Mungbere, su parroquia actual y donde puede hacer el trabajo que más le gusta. Una curiosidad sobre la celebración de la misa en estas parroquias es que la duración de la ceremonia puede ser de tres horas, con numerosos cánticos acompañando la función religiosa. La música, los instrumentos de percusión y la danza son importantes para estas comunidades.
Una de las tareas principales está relacionada con el funcionamiento del hospital. La educación y la sanidad son prioritarias en estos lugares. Es importante destacar el descenso de la mortalidad infantil desde la primera vez que llegó al país hasta ahora. Entre los trabajadores del hospital se encuentra un hermano comboniano congolés, cuatro médicos y un administrador. Cuentan también con jóvenes africanos que durante periodos de tres meses van a realizar prácticas al hospital enviados por las universidades. En estas condiciones pueden estar entre 6 o 7 personas. El hospital tampoco tiene capacidad para acoger más trabajadores de estas características porque no disponen de muchos recursos económicos y a los médicos hay que proporcionarles lo mínimo para poder mantenerse ellos y sus familias. Por lo tanto, siempre deben buscar el equilibrio para intentar cubrir necesidades pero teniendo en cuenta que los recursos limitados.
Su parroquia es grande, de hecho se ha dividido la parroquia en dos: Mungbere y Apodo. La original tenía 60.000 habitantes y la que se ha formado ahora tiene unos 12.000. En esta parroquia se cuenta con diez capillas, seis escuelas primarias, una de secundaria completa y cuatro centros de salud.
Las condiciones en las que vive la población congoleña han mejorado en las últimas décadas, un ejemplo es que, entre la Iglesia y el Estado, se ha extendido el sistema de vacunación. Las viviendas, en muchos casos, están divididas en tres edificios separados: un lugar para estar, otro para dormir y otro para cocinar. La dedicación fundamental de la población de la zona es la agricultura y su dieta está formada por arroz, al que le añaden salsas y especias para conseguir unos platos muy sabrosos. Cuando se consigue algo de caza o se trae pescado salado, procedente casi siempre de los Grandes Lagos y Uganda, se añaden al arroz, la base de su alimentación. Su percepción es que el país avanza culturalmente y en otros ámbitos como la educación y la sanidad, aunque sea lentamente.
La red de comunidades combonianas abarca unos 700 en África, aunque estos misioneros también están presentes en América Latina y en Asia, especialmente en Filipinas. Actualmente, el número de misioneras combonianas supera al de misioneros, unos 1.700 hombres y unas 2.000 mujeres aproximadamente. La labor de estas misioneras está encaminada a la promoción de la mujer, ayudan en hospitales y dispensarios y realizan una gran labor asistencial de apoyo a los enfermos de lepra y de lucha contra esta enfermedad. Animar a las niñas y jóvenes a continuar sus estudios es uno de los objetivos fundamentales de las hermanas combonianas.
Esta congregación cuenta con una prioridad misionera: la pastoral social, que se materializa en acciones como la Justicia y la Paz, Derechos Humanos y la Promoción Humana a todos los niveles. Su objetivo es transmitir a la sociedad y a la Iglesia española la pasión por África, por los más abandonados y por la misión, más allá de toda frontera. Actualmente son 94 misioneros combonianos españoles, de los cuales 32 trabajan en España y el resto en diversos países de África, América y Asia.
Antonio Miguel Sierra Ferrández y Carmina Gascón Tovar
Colaboradores del Centro de Estudios Galluranos