Quien pasee hoy por nuestro vecino Remolinos, un municipio de apenas unos 1113 habitantes, jamás imaginaría la importancia y fama que tuvo antaño aquel pueblo que ha vivido siempre por y para la sal de sus montes.
Hoy en día son frecuentes las informaciones que alientan a disminuir el consumo de sal por sus efectos perjudiciales para la salud, ya que es responsable de la retención de líquidos en nuestro organismo y produce hipertensión, uno de los principales factores de enfermedad cardiovascular. Sin embargo, desde la más remota antigüedad hasta no hace mucho, era un mineral muy preciado.
No sólo el hombre necesita consumir una mínima cantidad de sal al día, sino que también lo precisa el ganado; y en épocas en las que no existían los frigoríficos la salazón era una de las pocas formas de conservar los alimentos. He ahí el motivo de su importancia. Tanto es así que nuestra palabra «salario» deriva del latín «salarium«, que literalmente significa «de sal/ salino» porque en la Antigua Roma, antes de la existencia de las monedas, se pagaba el trabajo con sal, que valía su peso en oro. Tal era su valor. Es por ello que las salinas de estos montes ribereños hicieron a Remolinos famoso en todo el reino. Sus minas sólo fueron aventajadas por las de Castellón o Calpe en el reino de Valencia.
En esos barrancos salinos se han encontrado gran cantidad de fragmentos de cerámicas campaniformes romanas del siglo II a.C., importadas por los colonos itálicos en una época en la que pocos romanos se atrevían a asentarse en unas tierras en continuas guerras y rebeliones con pueblos indígenas como los celtíberos. Esto revela que era una zona de especial interés para los invasores a pesar de las complicadas circunstancias del momento.
Las minas de Remolinos son descritas por el cronista musulmán Al-Razí y antes de que los aragoneses conquistaran la ciudad de Huesca, ya en el reinado de Sancho Ramírez se construyó en las inmediaciones de Remolinos, en un lugar que hoy en día pertenece al término municipal de Torres de Berrellén, la fortaleza del Castellar. El objetivo seguramente sería tener una guarnición en el corazón del territorio enemigo que dominara el valle del Ebro y desde la cual dificultar y asaltar el caravaneo de la zona, especialmente el de la sal por su importancia económica. Una vez conquistada Saraqusta -actual Zaragoza- por Alfonso I «el Batallador», la familia real aragonesa pasó a controlar la explotación de estos yacimientos salinos.
La monarquía disponía y hacía con estas minas lo que quería, como por ejemplo conceder rentas al monasterio de Sijena sobre la explotación de estos salitrosos filones. Los reyes aragoneses tenían un negocio redondo obligando a las localidades vecinas como Zaragoza, Calatayud, Tarazona y poblaciones de las Cinco Villas a comprar la sal que necesitaran en Remolinos. Incluso estaba obligada la lejana Daroca, como revela el hecho de que en 1269 el rey Jaime I eximiera a Daroca de esta imposición.
Por último, las donaciones que los reyes de Aragón hacían a conventos no siempre eran en monedas. Había veces que donaban sal que provenía de las minas de Remolinos, que luego estos monasterios podían vender a su antojo para sacarse unos dinerillos.
Santiago Navascués Alcay.
Lcdo. en Historia por la Uni. de Zaragoza.
BIBLIOGRAFÍA
• Chueca Yus, V. (2005); » La sal de la vida. Las minas de Remolinos», en Comarca de Ribera Alta del Ebro, Gobierno de Aragón.