A principios del siglo XX corrían vientos de renovación educativa gracias a la Institución Libre de Enseñanza fundada en 1876 después de que Antonio Cánovas del Castillo, a través del Decreto Orovio de 1875, suspendiera la libertad de cátedra en la Universidad «si se atentaba contra los dogmas de fe», según sus palabras. El político malagueño sabía que estaba en juego la construcción del relato nacional, que estaba unido de manera indisoluble a la Iglesia. Su intención era acallar aquellas corrientes ideológicas que discutieran que la esencia de lo español fuera el catolicismo y el conservadurismo.
Desafiando la voluntad del líder del Partido Conservador, un puñado de intelectuales se apartó de la educación pública y fundó la Institución Libre de Enseñanza. En principio surgió como una universidad aparte y contrapuesta a la estatal, pero en poco tiempo decidieron crear también escuelas de educación secundaria y primaria. Entre sus filas se encontraba ni más ni menos que la creme dela creme de la erudición nacional. Joaquín Costa, Leopoldo Alas Clarín, José Ortega y Gasset, Antonio Machado, Joaquín Sorolla, Gregorio Marañón, Santiago Ramón y Cajal, Ramón Menéndez Pidal, Juan Ramón Jiménez, Amparo Cebrián, María de Maetzu, Alice Pestana, María Moliner y María Zambrano son sólo algunos de los nombres que la hicieron famosa.
Abogaban por la libertad de cátedra y una educación libre de la injerencia de la Iglesia, de la política o moral. Apostaban por la integración de la mujer en la sociedad para que tuviera igualdad de acceso a la educación y a la realización profesional. Y recibieron el apoyo y la colaboración de los más grandes en sus respectivas disciplinas, entre los que destacan: Charles Darwin, Miguel de Unamuno, María Montessori, León Tolstoi, Benito Pérez Galdos y Azorín.
Evidentemente nada de todo esto llegaba a un pequeño pueblo como Gallur. Gracias a la gallurana Maribel Corellano, que muy gentilmente me prestó un buen número de libros con los que se educaron en su más tierna infancia algunos de sus familiares, he podido cotejar como era la instrucción que se brindaba a las niñas en los pueblos donde no llegaba la Institución Libre de Enseñanza. Es decir, el tipo de educación que le gustaba a Antonio Cánovas y que fue la oficial durante mucho tiempo.
En líneas generales se podría resumir en que no era una formación destinada a cultivar sus mentes sino a salvar sus almas. Se les enseñaba a ser señoritas que nunca perdían la compostura, que siempre guardaban el decoro y que eran fervientes devotas.
Era un adiestramiento impertinente que se metía en todos aspectos de su vida, incluso en su higiene personal y en su forma de vestir. Todo estaba diseñado para introducirse en sus mentes y controlar sus comportamientos, su moral y sus creencias desde que se levantaban hasta que se acostaban. Tenían libros que caben en la palma de una mano para que los llevaran a todas partes, donde recibían instrucciones para cualquier momento del día: cómo comportarse en cada instante de la liturgia, qué oración implorar al despertarse por la mañana, qué rezo o qué plegaria dar a Dios antes de echarse a la cama, etc.
Eran unos estudios cercanos a la psicosis religiosa. Me ha llamado la atención un cuento titulado Las dos luces que es un diálogo en verso entre una tal Preciosilla, que es una niña gitana que simboliza la vista y la luz del cuerpo; y Lucía, que es una muchacha ciega que es la personificación de la fe y la luz del alma.
Tenían un libro destinado única y exclusivamente a enseñar el modo correcto de redactar cartas con un buen surtido de ejemplos, sin duda algo de vital importancia en unos años en los que la gente tan sólo podía comunicarse a largas distancias por medio de correo epistolar. Sin embargo, se echa de menos que les enseñaran a escribir cualquier otro tipo de documento. No es de extrañar, ya que les instruían para ser buenas madres y esposas, cuidadoras de sus maridos, fervientes devotas y nunca iban a ser grandes escritoras.
Santiago Navascués Alcay
Lcdo. en Historia por la Uni. de Zaragoza.
BIBLIOGRAFÍA
• Anónimo (1863); Diamante del paraíso. Devocionario y Semana Santa, Madrid.
• Lavalle, J.A. (1897); Camino del cielo. Meditaciones y oraciones devotas para los que deseen cumplir con los deberes de buen cristiano, Barcelona.
• Miguel de Val, M. (1905); Las dos luces. Diálogo en verso, Madrid.
• Orberá y Carrión, M. (1922); La joven bien educada. Lecciones de urbanidad para niñas y adultas, Valencia.
• Ruiz Romero, J. y Ángeles Muncunill, M. (1923); Mentor segundo grado de lectura manuscrita, Barcelona.
• Villariño, R.; Devocionario popular.