CONFERENCIA DE MARÍA DOMÍNGUEZ EN GALLUR

Pese a que ya estamos en abril y ha acabado el mes de la mujer, continuando con este  pequeño ciclo de artículos dedicados a María Moliner, primera alcaldesa de la Segunda República, os expongo en las siguientes líneas el texto que preparó para una conferencia en Gallur y que viene recogido en el libro Opiniones de mujeres que ha tenido la generosidad de  prestarnos nuestra vecina gallurana Lourdes Blasco Trigo:

 

Ciudadanos y camaradas de Gallur:

Vengo a esta tribuna invitada por la Agrupación del P. R. R. S., al que desde aquí saludo muy agradecida, por haberme designado un lugar entre los conferenciantes que han de tomar parte en este ciclo de conferencias culturales.

Los que me han precedido en el uso de la palabra y los que han de sucederme después, tienen en su haber un título académico que les honra y, por tanto, a ellos corresponderá la gloria de habernos ilustrado con sus sabias y doctas teorías.

Yo me siento poco capacitada para daros una lección de cultura, porque como hija del trabajo y carente, por tanto, de recursos de ilustración, sólo poseo aquellos conocimientos elementales que adquirí en una edad ya madura, guiada por el deseo de saber y la necesidad de trabajar para sostener mi existencia, en lucha constante con los obstáculos que hicieron imposible la realización de mis más caras ilusiones.

Mi sueño dorado fue siempre llegar a ser maestra.

La falta de medios económicos me privó en mi juventud de lo indispensable para adquirir libros, y cuando apenas contaba diez y ocho años, casáronme con un hombre que me hizo conocer todas las amarguras de una vida cruel.

He dicho casáronrne, y es cierto.

Mis padres, creyendo que aquel hombre era bueno, me llevaron al matrimonio, que yo acepté resignada, pero sin amor.

Pasemos por alto lo que sufrí, que no es del caso contarlo, y vayamos al grano.

Me separé de él, y empecé a luchar sola en la vida, pero siempre con dignidad.

Entre mis amistades tengo una amiga que se casó con un maestro, y éste, viendo mis aficiones, me proporcionó una escuela en el Valle Bactán (Navarra) y allí fui, sin saber siquiera las cuatro reglas de la Aritmética, a ejercer el noble y honroso cargo de instructora, en un caserío de dicho valle.

Allí, enseñando, aprendí los rudimentos más elementales de la escuela, y al poco tiempo me presenté a sufrir examen de ingreso en la escuela normal de Pamplona, obteniendo nota de aprobado.

No creo haber sido más feliz en mi vida que lo fui en ese día y en el que se proclamó la República en España.

Pero mi alegría tuvo también su nubecilla.

Todas las compañeras tenían allí a sus familiares, que las abrazaban o las consolaban, según la nota les fuese favorable o adversa; pero yo estaba sola.

Telegrafié a mi maestro, para hacerle partícipe de mi alegría, y mis buenos amigos me esperaban impacientes para celebrar el triunfo.

Seguí estudiando con entusiasmo.

Todos los días iba dos veces a dar lección y recorría una distancia de cinco kilómetros cuatro veces al día.

Al llegar el mes de mayo, una enfermedad me privó de asistir -al examen y hube de dejar la montaña, por prescripción facultativa, rompiendo así el curso de mis estudios.

Vosotros no sé si sabréis qué cosa sea renunciar a una aspiración legítima y santa, cual es el deseo de emanciparse por el propio esfuerzo. Dejé el Valle y fui a Zaragoza, a luchar otra vez; me matriculé en la Escuela de Artes y Oficios para poder ir por la noche.

De día trabajaba en una máquina de hacer medias para ganarme la comida.

La esperanza de llegar a ser maestra de este modo, me daba nuevos bríos, pero una nueva enfermedad se cebó en mí, teniéndome año y medio entre la vida y la muerte.

Débil como estaba, no tuve más remedio que renunciar a mis propósitos y ponerme a servir, para seguir viviendo.

Os cuento esto, para que juzguéis con indulgencia los defectos que, seguramente, encontrareis en mi labor, que no puede ser muy productiva, por carecer de los conocimientos más indispensables.

Sin embargo, vaya poner mi grano de arena en la obra empezada con tanto acierto, y que seguramente ha de terminar con éxito por parte de los señores que actúan en ella, porque considero un deber el dar a la patria y por la patria, cuanto valemos y somos.

El tema que traigo es: «La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir»,.

Empecemos, pues, por el pasado.

Por lejos que nos remontemos en el pasado, siempre hallaremos al hombre formando la horda como la primera manifestación de la sociedad humana. En esta sociedad primitiva, la mujer era ya esclava aun antes de haber esclavos.

Ha sido, pues, tal el hábito adquirido por la fuerza de la costumbre, que cuesta trabajo persuadirla de lo indigno de su situación.

El origen de esta esclavitud no hay que buscarle en la diferencia de dotes físicas ni intelectuales, porque es sabido que en la antigüedad no existían diferencias.

Tácito afirma que entre los germanos, no eran inferiores las mujeres a los hombres ni en estatura ni en fuerza.

Actualmente en Afganistán, hay una tribu en que las mujeres guerrean y cazan, y los hombres se dedican a los trabajos caseros.

En el Valle de Bactán he visto yo, y puede comprobarse, que las mujeres aran la tierra, cortan la leña del bosque y siegan los prados, mientras el amo (que así llaman al marido), pasea bonitamente por las ferias de los pueblos vecinos.

En el Africa central, existen tribus en que la mujer es más fuerte que el hombre, dándose el caso curioso, de que sean las mujeres las encargadas de hacer las guardias, formando regimientos femeninos reclutados por ellas y por ellas mandados.

El origen de la servidumbre de la mujer, está relacionado con la servidumbre del trabajador.

El trabajador y la mujer tienen de común que son seres oprimidos desde tiempo inmemorial.

Cuando las hordas o tribus se encontraban en lucha por la existencia, cuando aún no se conocían la agricultura, ni la cría de ganados, la carestía era tal, que se veían obligados a suprimir a los seres necesitados de apoyo, porque eran un estorbo para la batalla o la huida, y al nacer una niña se la mataba, costumbre que aún conservan muchas tribus salvajes del Asia y del África.

También determinaba la matanza el hecho de creer que como las batallas disminuían en mayor número los varones, había que evitar la desproporción numérica de los sexos.

No existiendo unión duradera entre el hombre y la mujer, la regla era el cruzamiento brutal.

Las mujeres pertenecían a la horda, como los rebaños, y no tenían derecho a elegir ni querer a un hombre.

Los hijos eran propiedad de la madre, permaneciendo ignorado el padre.

La escasez de mujeres, el caso de encontrar entre ellas una de su agrado, hicieron pensar al hombre en la posesión perpetua, y este egoísmo masculino impuso a la mujer el deber de no aceptar más caricias que las de un hombre, imponiéndose él, en cambio, el de considerarla y proteger a ella y a los hijos, reconociendo su legitimidad.

De esta forma se estableció la familia, basada en el matrimonio.

Desde luego, no fue un hombre solo el que fijó esta forma, sino la necesidad común de los hombres sentida en general.

La mujer pensó en que esta posición le sería más ventajosa, y aceptó.

Establecióse así la propiedad individual de la familia, la tribu y el Estado.

Luego sintió el hombre deseo de tener morada fija.

Construyó su choza, y vivía de la caza y la pesca.

La mujer quedaba en la guarida, al cuidado de los hijos.

El aumento de éstos, determinó nuevas familias, que acabaron por atacarse por la posesión de las comarcas más agradables y fértiles, originando la agricultura.

En estas luchas, la mujer trabajaba, tejía telas, labraba la tierra, haciendo ella de bestia de carga, y recolectaba las cosechas.

El hombre era el amo, y la mujer, abrumada con el peso de la labor y los malos tratos, empezó a perder en lo físico y a retroceder en lo moral.

Dejó de ser la mujer y se convirtió en un objeto propio solamente para la reproducción de la especie o para el goce sexual.

Era también hábil obrera, y en tal concepto, se la consideró de algún valor.

Empezó entonces una nueva fase.

El padre o propietario, la cambiaba por objetos, tales como ganado, armas y frutos de la tierra.

Era tan codiciada la posesión de una mujer, que nadie reparaba en los medios para conseguirla.

Robar una mujer era más barato que comprarla, y el rapto se convirtió en necesidad.

La historia del rapto de las sabinas por los romanos, es un ejemplo del rapto en gran escala.

En los pueblos más civilizados, el suelo era propiedad colectiva; los bosques, pastos y aguas, propiedad común; la parte destinada al cultivo se dividía en lotes, excluyendo a las hijas, por lo que el padre veía con más contento el nacimiento de un varón.

Otro fenómeno de la supremacía del hombre sobre la mujer:

El hombre, en caso de serle infiel la mujer, tenía derecho de vida y muerte sobre ella, pero él quedaba libre para cometer toda clase de infidelidades.

Los chinos y los indios, no creen que la mujer sea enteramente criatura humana.

En el siglo VI de nuestra era, unos santos y sabios varones de la Iglesia, se reúnen en Macón para discutir seriamente en un concilio si la mujer tenía alma.

Según el derecho romano, el hombre era propietario de la mujer, que ante la ley carecía de voluntad propia.

En los siglos después de la fundación de Roma, las mujeres no gozaban de ningún derecho, y eran tratadas con el mayor menosprecio y desconsideración.

Al engrandecerse el Estado y enriquecerse, se modificó la situación y las mujeres reclamaron una más amplia libertad en el orden social. Esto hizo exclamar a Catón el Viejo:

«Si cada padre de familia, siguiendo el ejemplo de sus mayores, tratase de mantener a su mujer en la inferioridad que le conviene, no habría que preocuparse tanto públicamente del sexo entero».

Roma se degradó, desorganizóse y la prostitución, llevada hasta el delirio, originó otra exageración:

La continencia más absoluta.

Esta se encargó de propagar el fanatismo místico.

El sibaritismo desenfrenado, el lujo sin límites de los vencedores, formaba notable contraste, con la miseria de millones de seres que Roma triunfante había esclavizado en todos los puntos del mundo conocido.

Entre estos esclavos había infinidad de mujeres quE, arrancadas de su hogar, separadas de sus maridos, arrebatadas a sus hijos, sufrían los rigores de aquella esclavitud, y suspiraban por su libertad.

Apareció el cristianismo, y la mujer se adhirió a él con entusiasmo, porque creía de todo corazón que éste había de emanciparla.

La historia nos brinda como ejemplos a Clotilde, Berta y Gisela, que influyeron en las conversiones de Clodoveo, rey de los francos, el duque de Polonia y el zar Jaroslao. Pero el cristianismo la recompensó mal.

La trató con el mismo desprecio y la redujo a la condición de sierva del hombre.

La Biblia, libro sagrado, nos habla de algunos hechos que demuestran no sólo desprecio a la mujer, sino atropello al derecho y a la justicia.

Uno de estos atropellos, una de estas injusticias, es la cometida por el gran padre del pueblo de Dios, Abraham, al arrojar de su casa a la sierva Agar y al hijo que de ella tuvo, por mandato del mismo Dios.

Jesucristo respondió a su madre, que en las bodas de Canaán implorábale su ayuda humildemente:

«Mujer, ¿qué hay de común entre vos y yo ?»

La mujer, según el cristianismo, es la «impura», la corruptora que trajo a la tierra el pecado.

Pablo protesta contra la educación de la mujer y ordena: «No debe permitirse que la mujer adquiera educación o instrucción: que obedezca y calle».

Los Santos Padres de la Iglesia y otros santos varones ilustres, aparecen sin excepción contrarios a la mujer.

Tertuliano exclama: «Mujer, deberías estar siempre de luto y vestida de andrajos, ofreciendo a las miradas de todos tus ojos anegados en lágrimas de arrepentimiento, para hacer que perdiste al género humano».

Sería fácil citar centenares de escritos de los varones más notables, considerados lumbreras de la Iglesia, cuyas predicaciones hicieron contra la mujer.

Pedro dice: «El hombre es imagen y gloria de Dios, y la mujer, gloria del hombre».

Según esto, cualquier palurdo puede creerse superior a la mujer más distinguida.

Todas estas doctrinas no eran patrimonio exclusivo del cristianismo, sino el sentir común de todo el mundo civilizado, y esta inferioridad se ha mantenido hasta hoy en las civilizaciones atrasadas de Oriente con mayor dureza.

Así se explica que en el pasado se haya visto la mujer reducida a la baja condición de las bestias de carga, sin concederle la menor beligerancia.

Vemos, pues, que la mujer, en el pasado, fue la esclava de los caprichos y tiranías del hombre y que tenía que ahogar en silencio las quejas que el inhumano proceder de éste le sugerían.

Era el sello de los tiempos que esculpía en la frente de la mujer la infamante marca de la esclavitud.

Corramos un velo sobre el pasado para no recordar la forma en que se le obligaba a prostituirse y hablemos ahora del presente.

En el presente estado social de supremacía masculina, la mujer vése constantemente rebajada a la condición de máquina incubadora.

No puede aprender sino a falsear su psicología, ahogando sus sentimientos, ocultando sus opiniones y disfrazando sus pensamientos.

La que por un esfuerzo supremo consigue adquirir un pequeño grado de instrucción, se ve bloqueada perseguida brutalmente, sin concederle un respiro a sus justas aspiraciones de libertad.

La cultura de las mujeres es tan deficiente, que sólo se le concede acceso en aquellas cosas supérfluas e inútiles, como son: el arte de la coquetería y el aparecer como buena religiosa aunque no se entienda nada de religión.

Esto en la clase media y aristócrata, que a la mujer humilde, hasta esto le está vedado.

Dije al principio, que el trabajador y la mujer tienen de común que son seres oprimidos desde tiempo inmemorial.

La mujer del pueblo, la de humilde origen, sufre doblemente esta opresión, porque a la tiranía del hombre lleva aparejada la de su posición. Establecido el matrimonio y careciendo de lo más indispensable para la vida, vése obligada a trabajar en un taller en una fábrica, en su propia casa o en el campo, para poder atender a las más perentorias necesidades.

El hecho de nacer un hijo, que debía ser motivo de regocijo, es un problema de difícil solución en el hogar del obrero.

Ya no puede la mujer ayudar a su compañero al sostenimiento de la vida, y ha de soportar el sombrío gesto de éste con estoica tristeza y resignación.

Cuanto más fecunda sea la unión, más pesada se hace la carga.

El campesino que se alegra cuando su vaca le da un ternero o le pare la yegua, baja la cabeza a cada nuevo vástago que su mujer le aumenta.

Esta es la triste realidad de la vida por la gran injusticia de una sociedad hipócrita y cruel.

Y es la mujer la principal víctima de estas crueldades.

Ha de sonreír al esposo que vuelve del trabajo malhumorado, porque es un deber en ella aminorar las penas de los demás aun a costa de su propio dolor.

No es extraño, pues, que cuando una joven de la clase humilde se ve solicitada por un ricacho viejo, reumático y estrafalario, opte por unirse a él, sacrificando sus sentimientos a un aparente bienestar, y digo aparente, porque no puede haber felicidad en una unión en lo que falta lo esencial: El amor.

Tampoco la mujer aristócrata está exenta de la esclavitud moderna.

Generalmente es llevada al matrimonio por medio de una componenda de ambas familias, atendiendo más a la cuestión de intereses que a los gustos y sentimientos de los cónyuges.

Un título, un elegante chalet, un auto, o cualquiera de esas cosas que la vanidad exhibe, contribuye eficazmente a esta especie de prostitución legal.

La Iglesia y el Estado aprueban y confirman estas uniones, en las que se sacrifica juventud, belleza, alegría y libertad.

Hay que luchar porque estas cosas acaben, hay que levantar la bandera de la emancipación femenina, para que cese la esclavitud.

Hay que destruir la tiranía que alimentan tan tercamente muchos hombres que, tienen como una infalibilidad inconcusa que las mujeres deben ser y serán siempre inferiores desde el punto de vista intelectual.

Es de notar que, hombres que admiten el que la mujer se ocupe en labores como vender fabricar paños, alfileres, hilados mecánicos: dibujo de telas, tintorería, refinación de azúcares fabricación de papel y objetos de bronce, porcelana y cristal ; objetos de piel, puntillas y pasamanería, productos químicos, manufacturas de tabaco, refinerías de aceite, fabricación de juguetes, relojería, pintura de edificios, fabricación de pólvora y substancias explosivas, cerillas y arsénicos, impresiones y composición tipográfica, jardinería y agricultura y en las diferentes categorías de oficios en que actualmente se ocupa la mujer; es de notar, repito, que esos mismos hombres nieguen a la mujer capacidad intelectual.

Como si estos oficios fuesen exentos de preparación técnica, y sólo se ejecutaran por medio de la presión de un botón eléctrico.

Hoy son pocas las industrias y oficios en que no tome parte le mujer; y cuando se la admite es señal que da resultado.

Si la mujer desempeña, pues, estos oficios ¿por qué negarle el derecho a instruirse para más altos cargos? Hoy podemos decir que esa hostilidad es más aparente que real; es un prejuicio de nuestra burguesía, que considera inmoral el que una joven, por ejemplo, sea doctora en medicina y conozca ciertas enfermedades y el remedio o tratamiento que ellas requieren.

Creen que la moral se resentiría porque una joven tratase de curar a un sifilítico, y no se desdeñan en llamar al médico para que asista a una mujer en su alumbramiento.

Todo esto es gazmoñería, cursilería, hipocresía pura.

La mujer y el hombre deben ser completamente libres para ejercer una profesión honrosa.

Pretender encerrar a la mujer en el estrecho círculo del hogar, equivale a empeñarse en avanzar andando hacia atrás, como el cangrejo.

Es un error carísimo seguir con los prejuicios de una sociedad caduca; el progreso marcha y nosotras hemos de ir al unísono, llevando la bandera de nuestras reivindicaciones a la cumbre más alta de la historia del mundo.

Nuestra sociedad burguesa, es una sociedad de carnaval, donde todo el mundo trata de engañarse y se reviste con el traje oficial.

Al exterior, todo es moral, religión, buenas costumbres; pero en el fondo se ríen de lo inocentes que parecemos, aplaudiendo cuanto ella ordena. Rompamos los estrechos moldes en que nos han tenido y vayamos a engrosar las filas de la democracia; único camino de nuestra redención.

Sea el libro nuestra arma de combate, sea nuestro lema patria universal.

Cuando todos los hombres y todas las mujeres sepan cumplir con sus deberes y exigir sus derechos, habrá terminado la matanza de los hombres, porque las guerras serán imposibles de hacer.

Con la instrucción de la mujer se afirmará este axioma.

Si todos los hombres han nacido desnudos, todos tienen un mismo origen y, por tanto, una patria común.

El modo de defender esa patria, no será regándola con sangre joven, sino con savia joven, que el esfuerzo de todos hará discurrir por los cauces serenos de la inteligencia.

Los niños desconocerán las cajitas de soldados de plomo, porque no habrá reyes que puedan jugar con ellos.

Será la naturaleza toda la que en amoroso concierto nos alegre la vida con sus fuentes, sus pájaros y sus aromáticas flores.

¿ Qué cuánto tardará en llegar eso?

Poco, si nosotras las mujeres sabemos redimirnos; mucho, si como hasta el presente, seguimos impasibles en nuestra esclavitud.

La mujer, dijo Alfredo Calderón, es el báculo de la nación; ¿queréis regenerar primero la mujer?

De poco servirá a nuestra querida España haberse sacudido el yugo opresor de la familia borbónica; de poco le servirá, repito, haber implantado el régimen republicano, si no procura que la mujer se capacite para recibir todas las reformas que es necesario implantar en la nación.

El presente está lleno de espinas para ella, porque impera aún la costumbre nefasta de la tradición.

Romper con esa costumbre es lo que más ha de costarnos.

Sólo una constante labor de propaganda feminista puede llevar a buen término la contienda.

Muchas son, por fortuna, las mujeres que se van dando cuenta de ello, y se aprestan a luchar con entusiasmo.

El socialismo y la República cuentan con mujeres tan valiosas como María Martínez Sierra, Clara Campoamor, Regina y Luz García, María Carnbril, María de Lluria, Victoria Kent y Pilar Ginés, propagandistas incansables y de una cultura indiscutible.

Estas mujeres, con otras que no cito porque me haría pesada, han levantado ya la bandera femenina y han dado el toque de atención, dispuestas a sacrificar su vida en holocausto de la causa que preconizan con entusiasmo.

Libertad civil y democracia para todos es lo que necesitamos.

Y lo conseguiremos, pese a quien pese.

La lucha está empeñada y no cejaremos hasta conseguir el triunfo.

Las teorías de Moebcus, absurdas y cínicas, no conciben que la mujer sea capaz de sentir nada noble, pero esas teorías están sufriendo una derrota definitiva.

«La mujer -dice Schopenhauer- es un animal de cabellos largos e ideas cortas».

Estas teorías se basan en la creencia que algunos sabios tienen de que la inteligencia está en razón directa con el volumen y peso de la masa encefálica.

Según el doctor Huschke, el volumen y el peso de la masa cerebral, son generalmente inferiores en el sexo femenino.

Asegura dicho doctor que el cerebro del europeo es de un volumen de 1.446 centímetros cúbicos; el de la mujer 1.226 (término medio).

Según el profesor Reclam, el cerebro de Cuvier pesaba 1.861 gramos; el de Byron 1.807; el del matemático Gaus 1.492; el del filósofo Hermann; 1359 y el del sabio Hausmann 1.226.

Como se ve, existen diferencias en el peso del cerebro de los hombres tan ricamente dotados de inteligencia, pues mientras el de Cuvier pesaba 1.861, el del sabio Hausmann solamente pesab a 1.216.

Diferencia entre ambos, 635 gramos.

Vemos, pues, que el cerebro de Hausmann pesaba próximamente lo que por término medio pesa el de una mujer.

Es, por tanto, aventurado, y ligero, asegurar que la capacidad intelectual depende del peso de la masa encefálica.

Si ello fuera así las abejas, las hormigas y los perros, que exceden en inteligencia al asno, la vaca otros animales muy superiores en estatura y en masa cerebral estarían por bajo de estos últimos, cosa que está plenamente demostrada que no ocurre jamás.

No es cierto, pues, que la cantidad cerebral determina la capacidad intelectual.

El cerebro de la mujer es capaz de sentir todas las percepciones y desarrollar todos los sentimientos.

Lo que hace falta es que sus facultades se estimulen con el ejercicio, del mismo modo que la fuerza física con la gimnasia.

La moral es al espíritu lo que la educación física es al desarrollo corporal.

El doctor Las-Ker, dio en Berlín una conferencia en la que llegaba a la conclusión de que es posible alcanzar un nivel igual de cultura para todos los miembros de la sociedad.

Pero hoy la instrucción es cuestión de dinero, y se pierden las energías allí donde éste no existe.

Cuando la nueva sociedad que ahora nace se haya consolidado y estructurado, no habrá esta injusta desigualdad de medios, porque la escuela será un templo abierto a todas las actividades humanas, sin distinción de rango ni de sexos.

Hoy, como en el pasado, la personalidad de la mujer se ve postergada hasta lo inconcebible; se la llama con galanura reina del hogar, y se la coloca en la frente el inri para escarnecerla más y más.

Reina del hogar nos llamó no ha mucho tiempo desde la «Voz de Aragón» el señor Cano Jarque, en tanto que nos negaba el derecho a instruimos.

Este señor sostiene la teoría de que la mujer debe someterse a la tutela y amparo del hombre, sin preocuparse poco ni mucho de su posición en la sociedad.

Bonito argumento el de este señor.

La mujer, sometida a la tutela del hombre, es decir, esclava de él; y ¿ por qué razón?

La mujer es capaz de las más atrevidas empresas, y negarle el derecho a tomar parte en ellas equivale a hacer fracasar de intención al hombre mismo.

La mujer es antes que todo madre, porque desde la niñez se la ve jugar a las muñecas, que ella llama sus hijos.

La mujer, por tanto, desde la infancia se inicia en la maternidad, porque es todo ternura; se siente madre siendo niña, porque es madre de la humanidad.

Para que el hijo se eduque, es preciso que la madre sea educada.

¿Quién defenderá al hijo con más cariño que la madre que le dio el ser?

No se concibe que los hombres traten a la mujer como un ser inferior, sino negándose a sí mismos superioridad.

Las mujeres han demostrado, y cada vez lo demostrarán más, que a pesar de las trabas que se oponen a la cultura de sus facultades intelectuales, han sabido destacar su personalidad en todos los ramos del saber humano, y en los demás diversos aspectos de la vida.

Tenemos mujeres escritoras, inventoras, doctoras en ciencias, patriotas y héroes.

Del pasado hallamos a través de los textos a la ateniense Aspasia, esposa de Perides e hija del escultor Rhodos, que discute con Sócrates acerca de las libertades negadas a la mujer; cómo I.ais de Corinto pone en ridículo a Eurípides; cómo Friné, modelo de Praxiteles en sus famosas Venus, se revuelve furiosa contra cuantos la reputan hetaira; cómo Arqueanasia, a quien Platón dedicaba sus versos, sostiene polémicas con todos los moralistas del Areópago griego.

En el pasado siglo, María Gouce fue guillotinada por la campaña feminista que hizo en pro de los derechos de la mujer.

Pero la mujer no se arredró por esto.

A pesar de todo, vemos destacarse infinidad de mujeres que escalaron la cima del saber.

Citaré algunas solamente para no cansaros.

Madama Curie, francesa, gloria de la ciencia, a quien se debe el descubrimiento del radio y profesora de la Sorbona.

Luisa Michel, conocida con el sobrenombre de «La Virgen Roja», fue encarcelada por haber tomado parte en la insurrección comunista de París.

Esta valiente mujer dirigió a sus jueces una carta concebida en los siguientes términos: «Versalles, 4 de septiembre de 1871 . -Puesto que la medida no ha llegado aún a su colmo; puesto que en el aniversario de la República hacen rodar por el suelo, rojo de sangre, las cabezas de los más valientes republicanos, es de justicia que los que reivindiquen el recuerdo de sus hermanos de lucha, pasen también por el cadalso.

Que se abran las prisiones a todos cuantos se encuentran en ellas, sin haber participado en los hechos- que son muchísimos- y que junten con la cabeza de Ferré, delegado de Montmartre, las de todos los que quieran morir para no ver tanta monstruosidad.

Yo, por mi parte, reclamo la muerte, a la que tengo derecho, porque en lugar de enfermera he sido soldado de combate».

No fue guillotinada, pero sufrió la cárcel y el destierro.

Victoria Colonna, poetisa del siglo. XVI, italiana.

Concepción Arenal, autora de varios libros cuya delicadeza supera a la de muchos vates. (Española).

Rosa Luxemburgo, alemana, cuyo cerebro admira el mundo por su erudición formidable. Murió alevosamente en 1918, a manos de sus enemigos, los partidarios de la guerra.

Sara Malker, alemana, inventora del periscopio.

Emilia Pardo Bazán, catedrática de la Universidad Central, numeraria de la Real Academia de la Lengua, autora de muchos libros y premiada con el premio NóbeI.

Mariana Pineda, murió en el patíbulo, por haber bordado la bandera de la libertad.

Victoria Kent, abogada del ilustre Colegio de Madrid.

Rosalía de Castro, honra de las letras españolas.

Inés de la Cruz, poetisa del siglo XII, de cuya autora es el siguiente trabajo en verso:

«Hombres necios que acusáis

a la mujer sin razón,

sin ver que séis la ocasión
de lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual

solicitáis su desdén,

¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?

¿Cuál será más de culpar

aunque cualquiera mal haga:

la que peca por la paga

o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis

de la culpa que tenéis?

Quererlas cual las hacéis

o hacerlas cual las queráis.

No quiero pasar adelante sin citar a la austriaca Berta Suttner, cuyo libro «Abajo las armas» obtuvo el premio Nóbel de la paz.

Me haría interminable si a todas las mujeres célebres había de nombrar y sólo voy a recordaros a la heroína de los Sitios de Zaragoza, Agus-tina de Aragón.

Decía Víctor Hugo mirando la letra impresa y la cúpula de Nuestra Señora de París :
«Esto matará aquéllo.»

Es decir, la instrucción acabará con el fanatismo.

Del mismo modo la mujer acabará por ser libre por medio de la cultura.

Que tiene aptitudes creemos haberlo demostrado ya con hechos y no con palabras.

Todo ese plantel de mujeres ilustres hablan más y mejor en favor de mi aserto, que todas las teorías de los sabios.

Pero es preciso que hombres y mujeres se compenetren y procuren los unos, no ser obstáculo al progreso femenino, y las otras, emprender con entusiasmo la labor de instruirse.

Una instrucción sólida, libre de prejuicios religiosos, limpia de fanatismo y pura como la ciencia lo es.

La historia de veinte siglos nos enseña que ni el cristianismo ni la aristocracia hicieron nada por redimir a la mujer.

La Iglesia, que siempre ha dominado a la aristocracia por medio de la mujer, no se ha ocupado jamás de defender los postulados feministas.

Así vemos que, damas que por su rango social debían y podía dedicar su atención a la defensa de las libertades femeninas, se ocupan solamente de recabar en su desenvolvimiento colectivo, las limosnas para tal o cual santo, de si predica el padre Fulano o Mengano, de la «Vela nocturna», de si hay novena en tal parroquia o si las «Cuarenta Horas», son en tal otra; si tal familia confiesa o no, si tiene los hijos sin bautizar, etc. y con todos estos bagajes y procederes anticristianos, creen hacer cuanto pueden por la mujer obrera.

Las mujeres no debemos engañarnos, ni engañar a nadie; nuestra liberación es obra de nosotras mismas.

Nuestro sitio está en las filas de la democracia, que es la que ha de concedernos todos nuestros derechos.

España ha entrado en una nueva Era, y nosotras hemos de ir al par de ella para que este período evolutivo no retroceda, porque sería el mayor daño que podíamos causarnos.

Si sabemos aprovechar las enseñanzas que el pasado nos dio, y las lecciones que el presente nos ofrece, habremos labrado el porvenir y la humanidad será dichosa cuanto pueda serlo.

Muchos son los problemas que este período de evolución ha de resolver. La escuela, la propiedad, el individuo, y hasta el clima, cambiarán en la forma y en el fondo.

La conciencia colectiva dará un nuevo carácter a las costumbres y la paz y el amor están llamados a ocupar el lugar preeminente que les corresponde.

La mujer, en la nueva sociedad, gozará de todos los derechos, al igual que el hombre, y se verá en pie, la frente erguida y con dignidad.

Su educación será completa conforme a sus condiciones intelectuales; podrá escoger o rechazar a su albedrío aquello que le parezca bueno o malo, será activa, educada, llenando así el vado que siente en su alma por la carencia de conocimientos que quiso y no pudo adquirir.

También tendrá completa libertad para elegir un compañero, y verificará su unión guiada por el amor, porque siendo libre, no tendrá que esperar a ser solicitada, sino que podrá, sin menoscabo de su dignidad, ser ella la que solicite al hombre.

No será la esclava, porque podrá desligarse cuando el hombre la quiera rebajar a la condición de tal.

Al implantarse la República en España, y enterarse unas mujeres que el Gobierno trataba de implantar el divorcio y separar la Iglesia del Estado, me preguntaron: -¿Qué te parece eso que piensa hacer este Gobierno? La Iglesia separada del Estado y la ley del Divorcio, ¿ no es un disparate?

-Me parece -contesté- dos cosas muy acertadas, y os diré por qué.

La Iglesia practica una religión con la que muchos españoles no estamos de acuerdo y hemos de pagarla como si lo estuviéramos, y esto no es justo.

-Pues yo -me replicó una de ellas- no estoy conforme con eso de la separación.

-Lo comprendo- le contesté-, porque siguiendo como hasta aquí, te pagábamos la entrada; pero, hijita, tú no me la pagas a mí cuando voy al cine o al teatro; conque si quieres religión, págatela.

-Es que -me dijo- así se acabará la religión, porque muchas no irán si han de pagar.

-Eso será -le dije yo- las que no sean religiosas, y en ese caso, nada pierde la religión.

-Y lo del divorcio, ¿también te parece bien? -me preguntó nuevamente.

-Perfectamente bien, y voy a decirte el porqué: Los matrimonios que se quieran y vivan en perfecta armonía, no tienen por qué temer que se implante el divorcio, y a los que la vida se les hace imposible, sea por la causa que sea, los anulará y quedarán completamente libres.

-¿Y si tienen hijos? -observó otra.

-La ley no desampara a los hijos, y obligará a los padres al sostén y amparo de ellos.

-Suponte -me dijo- que tienen hijos y se casan otra vez y tienen hijos con el otro marido.

-Pues en ese caso- les dije -tendrá la mujer la ayuda de los dos hombres, que le ayudarán a mantenerlos, lo que no puede tener hoy la viuda que se casa y tiene hijos de los dos maridos.

Esta es una de las ventajas que la mujer obtendrá con este nuevo régimen, aparte de otras muchas que iremos viendo.

El divorcio es una necesidad que la moral reclama, como medida de justicia y saludable rectificación.

Las disposiciones canónicas, no deben estar en éste ni en ningún caso, por encima de la voluntad soberana de quien apoyándose en el derecho personal pide leyes que regulen su vida, sin perjuicio de las creencias y procedimientos que quieran adoptar los disconformes con el ejercicio de las libertades del individuo.

Los matrimonios equivocados que no se disuelven por temor a la crítica, viviendo una vida violenta, fingiendo cordialidad donde sólo el odio existe, llevan una vida de tormento peor que la misma muerte, dándose a menudo casos de una crueldad indescriptible y de una desesperación que empuja al individuo al asesinato y al suicidio.

Vivir solos, completamente solos, uno en compañía de otro, es lo peor que puede suceder.

Odiarse y tener que acariciar a quien se odia, es el dolor de los dolores.

No sé qué poeta fue el que dijo esto que voy a recitar y que es una gran verdad:

«Sin el amor que encanta

La soledad del ermitaño espanta,

Pero es más triste y sola todavía

La soledad de dos en compañía».

De otra poesía es este fragmento que voy a deciros:

«Dejas a un pobre muy rico y a un rico muy pobre escoges,

Que la riqueza del cuerpo

A la del alma antepones.

Alá permita enemiga,

Que te aborrezca y le adores,

Que por celos le suspires,

Y por ausencia le llores.

En batalla de cristianos,

De valle muerto te asombres,

Y plugue Alá que suceda,

Cuando la mano le tomes.

Y si le has’de aborrecer

Que largos años le logres,

Que es la mayor maldición

Que pueden darte los hombres.»

Tienen razón estos versos; vivir juntos y no amarse, tener que soportar las caricias, los caprichos, las exigencias del que se odia, es el mayor de los tormentos.

Y esto no debe ser, aunque lo ordene el Papa Benedicto XIV en su «Constitución del matrimonio» y lo sostenga el presbítero señor Santamaría.

Los teólogos sabrán mucha teología, pero ignoran cuanto en la vida conyugal puede ocurrir.

El divorcio es una ley reparadora que además evita una infinidad de sufrimientos y crímenes, que una vez establecida la costumbre, no tendrá razón de ser.

Pero la Iglesia, en su orgullo, se ha erigido en árbitro, y con las palabras de «Lo unido por Dios no lo pueden desceñir los hombres», sientan una base de disolución contraria al derecho de la conciencia y a la vida de la humanidad.

¿Creen los teólogos y canonistas que las separaciones fuera de la leyes más moral que el divorcio?

Si así lo entienden, revelan tener un pobre concepto de la moral social.

La persona que se separa de su compañero o compañera, no puede clasificarse legalmente en ninguno de los tres estados.

Muchas veces he sido yo preguntada por personas que desconocían mi posición civil, y como no me gusta mentir, me veía precisada a responder: No soy soltera, ni casada, ni viuda.

Vivo separada de mi marido.

Con la promulgación del divorcio cesarán estas anómalas situaciones, porque el individuo podrá, si así le place, contraer nuevas nupcias.

No me cansaré de preconizar el valor moral de esta reforma, que la República trata de establecer en nuestra nación.

Ya sé yo que se me juzgará por ello de mujer revolucionaria, y lo soy; lo soy, en el orden de revolucionar las conciencias, las costumbres y las ideas, por medios lícitos; por medios razonables, por medio de la persuasión; jamás por la amenaza, la imposición y el despotismo.

La labor que en este sentido tiene que hacer la mujer española, es una labor de titanes.

Revolucionar las conciencias, evolucionar las ideas, y sanear las costumbres del presente estado de cosas; hasta conseguir ver alborear una aurora bella de matices y rica de tonos en que en un porvenir de esperanzas ya satisfechas, labre el bienestar de todo un mundo civilizado.

La mujer española tiene el deber de romper el círculo vicioso en que se ve encerrada y seguir la pauta iniciada por las compañeras de otras naciones.

Nuestro campo de acción está en las agrupaciones feministas que llevan por lema: Igualdad, Fraternidad, Democracia. La República y el Socialismo son, pues, para nosotras, de un intenso interés, porque sólo por medio de ellos lograremos igualarnos en derechos al hombre.

Pero no queramos coger el fruto sin trabajo, porque hay que alcanzarlo con el esfuerzo para saborearlo después con más placer.

«Ya tenemos República» -me dice en una de sus cartas la propagandista Pillar Ginés-. Y luego añade: «El pueblo ha hecho la primera parte de la revolución; falta la segunda.

En las próximas elecciones se decide el porvenir republicano democrático de España, y yo sé que, sin aclarárselo, usted sabe por qué. A todo trance tenemos que consolidar una República radical, si no queremos ver a nuestro pueblo debatirse en luchas agotadoras, rémora de toda evolución progresiva.

Nosotras, las mujeres, no debemos restar nuestro concurso y buena voluntad para que esto suceda.»

Esto me dice esa luchadora, segura como está de que lo comprendo. Sabe que no soy una republicana al uso de esas que hasta el 14 de abril trabajaron por hacer imposible la vida de los buenos republicanos y el advenimiento de la República, y que hoy se sienten más republicanas que Costa y más socialistas que Iglesias.

Las que hemos luchado en el periódico, en la tribuna, en la calle y en el hogar, para propagar un ideal que creemos santo porque representa la equidad y la justicia; las que juntas en espíritu hemos trabajado hasta ver instaurado ese ideal, no estamos dispuestas a dejamos arrebatar el preciado fruto de nuestras sacrosantas libertades.

Las que hemos fustigado a la Monarquía porque cual yedra vivía a expensas de la sangre del pueblo español, sembrando las legiones africanas de cadáveres de hermanos nuestros; las que hemos sentido el dolor de ver en un día de triste recuerdo a 10.000 madres llorar por la vida de sus queridos hijos, víctimas de su propia ignorancia, por acatar los mandatos de un usurpador de la soberanía nacional, dispuestas estamos -como siempre lo estuvimos- a morir por salvar a nuestra nación de la ruina oprobio en que la ha dejado la monarquía Borbónica.

YA TENEMOS REPÚBLICA

¿Sabéis, españoles que me escucháis, lo que esto significa?

La República es, y significa, un estado de igualdad en derechos, es y significa paz, orden, moralidad y justicia.

Es y significa, el progreso, la civilización, la cultura, el bienestar.

Es y significa, que el pueblo tiene conciencia y sabe erigirse en soberano, imponiendo su voluntad.

Es y significa el porvenir triunfando del pasado, la ciencia triunfando del fanatismo, la libertad triunfando de la esclavitud.

Es y significa la paz destruyendo los odios, y, en suma, todo lo bueno, santo y noble que la humana criatura puede ambicionar.

Vivamos alerta, republicanos y socialistas, para que no nos sorprenda la tormenta que en contra de ella están fraguando los que se creen perjudicados porque ven que sus privilegios desaparecen.

Velemos para conservar y consolidar este régimen, que con tanta grandeza hemos hecho nacer.

No nos fiemos de esos republicanos del 14 de abril.

Su pasado ha sido hostil a este advenimiento y su presente no está suficientemente garantizado.

Que hagan acto de contricción, no debe dejarnos satisfechos.

Que vengan si quieren a nuestras filas, pero que vengan dispuestos al sacrificio, sin ambiciones, sin pretensiones, como lo hacíamos nosotros cuando trabajábamos pensando en el porvenir de nuestros hijos, sin la esperanza de conseguirlo para nosotros.

Cuando así lo hagan, les abriremos nuestros brazos, pero entre tanto, precaución y cautela.

No nos durmamos en los laureles.

España está amenazada de serios peligros.

Los sucesos de los días pasados hablan con una elocuencia abrumadora.

Se han quemado algunos conventos, y esto no debe repetirse.

¿Quién los ha quemado?

¿La maldad o la ignorancia?

Yo creo que la maldad.

Los enemigos de la República han conspirado, y de esa conspiración partió el chispeo.

Creyeron cosa fácil deshonrar a la República de ese modo, pero se impuso el buen sentido del pueblo y del Gobierno, y fracasaron.

Vivamos prevenidos contra posibles y nuevos intentos.

Gutiérrez XIII conspira,· y sus secuaces, como tienen la espina dorsal arqueada de hacer genuflexiones, se doblegan con facilidad a sus mandatos.

Las mujeres españolas debemos velar porque el tirano no vuelva.

Acordaos de Annual, de Monte Arruit, del Barranco del Lobo.

Acordaos de los atropellos, los fusilamientos los destierros.

Mirad en qué estado se encuentra la Hacienda, la Instrucción, la Agricultura y la Industria y el Comercio.

Mirad nuestra moneda depreciada y las subsistencias tan elevadas que el trabajador no las puede alcanzar.

Recordad la Semana Trágica de Barcelona, el fusilamiento de Ferrer y el carbonerillo Clemente García.

Recordad a Galán y Hernández.

Pensad en los obreros encarcelados por reclamar un poco de justicia.

Todo ello es obra del nefasto Alfonso, que no se resigna a vivir con los millones que nos ha arrebatado, sino que conspira, conspira contra la naciente República, y trata de volver a oprimirnos y chuparnos el poco jugo que aún queda en España.

Mujeres del presente, el porvenir está en nuestras manos.

Si toleramos que un hombre que así trató a nuestra patria pise el territorio español, seremos tratadas como lo fueron nuestros hermanos del pasado, se nos considerará cosas y no seres humanos, porque nosotras habremos firmado la sentencia de nuestra esclavitud.

Si por el contrario, luchamos con empeño por consolidar la República, iremos hacia la luz de la verdad, porque ella nos proporcionará los medios para que la veamos.

El ideal republicano preconizado por Costa, era escuela y despensa.

Pan para el espíritu y alimento para el cuerpo humano.

Se impone la necesidad de estas doctrinas, y nuestro deber es propagarlas y defenderlas.

Defenderías, sí, pero con serenidad, sin excitaciones tormentosas, con razonamientos.

Si lo hacemos así, la nueva sociedad que hoy empieza se fundará en una base sólida de fraternidad, la vasta federación de los pueblos civilizados entonará la Internacional, porque el interés nacional y el interés de la Humanidad, serán el interés común.

La mujer será respetada, podrá departir amigablemente con el hombre, su compañero, porque será igual a él, diferenciándose solamente en el sexo genérico; tomará parte activa en la política, haciendo uso de sus derechos civiles, y será, en fin, la que ayude a éste a vencer los obstáculos que a su dicha se opongan.

Esa será la mujer del porvenir, si nosotras sabemos cumplir con las obligaciones que el presente nos impone. Trabajemos, pues, hombres y mujeres, para que así suceda.

Si sucumbimos en el transcurso de la lucha, las que nos sigan ocuparán la brecha que nosotras dejemos, pero nosotras caeremos con la conciencia tranquila y llenas de satisfacción por haber cumplido con un sagrado deber.

Santiago Navascués Alcay

Lcdo. en Historia por la Uni. de Zaragoza

BIBLIOGRAFÍA

• Domínguez Remón, M. (2004); Opiniones de mujeres. (Conferencias), Diputación Provincial de Zaragoza, Zaragoza.

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