Es de justicia que este mes de la mujer, revitalicemos y recordemos algunos de los discursos y escritos de María Domínguez Remón, primera alcaldesa de Gallur y también primera mujer en ostentar semejante cargo en una democracia en nuestro país. Es interesante saber qué opinaba acerca del feminismo una mujer tan luchadora como María Domínguez. Por ello os muestro en las siguientes líneas el texto que preparó para una conferencia en Monzón que no pudo dar acerca del feminismo y que viene recogida en el libro Opiniones de mujeres que ha tenido la generosidad de prestarnos nuestra vecina gallurana Lourdes Blasco Trigo:
Voy a hacer la presentación de mi humilde persona, sin esos formulismos de rúbrica, tan acostumbrados entre oradores capacitados, que, para hacer resaltar más su verbosidad, empiezan su peroración en estos o parecidos términos:
«Yo no sé nadan. «Un servidor carece de méritos o está indocumentado para hablar de este asunto, etc., etc.»
Yo les diría de buena gana a esos señores: Si tan incapaz te consideras, si no sabes lo que vas a decir, ¿para qué te presentas?
Prescindiendo, pues, de esta humildad fingida, me presento a vosotros para deciros: Quiero aportar mi grano de arena a esta obra de cultura, porque entiendo que es un deber sagrado para todo ciudadano, el dar a la patria y por la patria, cuanto moral y materialmente posee.
Al traer a esta obra de cultura el esfuerzo de mi inteligencia, me guía el deseo de impulsar a la mujer hacia el feminismo, base de la redención mundial.
¿Qué es feminismo? ¿ Cómo puede influir en los destinos de los pueblos? ¿Debe la mujer tomar parte en la colaboración de las leyes? ¿Qué es la familia? ¿La mujer es inferior al hombre?
Estos son los puntos esenciales que me propongo desarrollar en la medida que mi capacidad lo permita. Para ello os pido un poco de atención y un mucho de indulgencia, para las faltas o errores que contra mi voluntad pueda cometer, y, entremos en el asunto.
¿Qué es feminismo? Según la definición de nuestro idioma, feminismo es lo concerniente a la mujer; pero yo diría:
Feminismo es espiritualidad, ternura, amor. Y como estas cualidades son innatas en la mujer, he aquí que es una equivocación asustarse ante el despertar de esa media humanidad que ha estado aletargada largos siglos.
Espiritualidad es el estado en que el alma racional se halla respecto a nuestro ser; por tanto, negar a la mujer esta propiedad, equivale a negar la existencia de su alma como ser racional, y como la mujer es la madre del hombre, forzosamente ha de ser consustancial en todo a él, puesto que de ella se nutre, desde el instante mismo de su concepción. Mucho se ha discutido acerca de la espiritualidad de la mujer; en todos los tiempos hemos tenido y aun tenemos quien combate la propiedad de tan preciado don, pero no es menos cierto que ha sido cantado por los vates con entusiasmo, y que la evidencia ha triunfado de la obstinación, que se defendía al amparo del más fuerte.
¿Pero hay espiritualidad en el feminismo de las damas sufragistas inglesas que asaltaron los museos y derribaron sus mejores obras para reclamar con amenazas y gritos soeces la igualdad en el sufragio?
No; no; eso no es feminismo.
Eso es una manifestación brutal de la carencia de cultura que en todo tiempo se le ha negado a la mujer.
No hay que confundir lo uno con lo otro. Esas mujeres, educadas en el grado que les correspondía, hubiesen entrado en los museos para admirar el genio de los grandes artistas y las de inteligencia privilegiada, se hubiesen inspirado tal vez, y hubiesen dado forma a sus pensamientos con el buril, la pluma o el pincel.
No hace falta destruir para hacer valer nuestros derechos, sino edificar, y para edificar, hay que capacitarse.
La civilización , que en estos últimos años ha dado pasos de gigante, no se ha puesto todavía al alcance de la mujer, porque existe el prejuicio de creer que la mujer instruida es un estorbo para la buena marcha de la sociedad.
Este error es el que hizo que las damas sufragistas inglesas, faltas de cultura y deseosas de justicia, cometieran el incalificable atropello del que muy sinceramente nos lamentamos y del cual son culpables los que mangonean a su antojó, excluyendo a la mujer en las cosas de la nación, y negándole toda clase de derechos.
He dicho también que feminismo es ternura y amor, y vaya probarlo.
Si la mujer es espiritual, forzosamente ha de sentir ternura y amor hacia todo lo grande, hacia todo lo bello.
Cuenta la Sagrada Escritura que, habiendo dado Faraón la orden inhumana de que las mujeres de los israelitas ahogaran al nacer a sus hijos varones, Hamram y Jacobed colocaron a su hijo en una cestita de mimbre embetunada y la colocaron en el Nilo.
Termutis, hija de Faraón, vióle flotando sobre las aguas, lo mandó sacar y lo adoptó por hijo, poniéndole por nombre Moisés, que significa salvado de las aguas.
Todos sabéis qué fue Moisés, y convendréis conmigo en que, sin Termutis que se compadeció y le salvó, hubiese perecido ahogado.
La piedad y el amor de esta mujer, es evidente.
Y la virtuosa y abnegada Ruth, que despliega toda su actividad y celo para sostener a su anciana suegra Noemí, yendo a espigar a los campos de Booz, ¿no es otro caso de espiritualidad y ternura filial?
Y sin recurrir a la Sagrada Biblia, ¿queréis nada más tierno, ni más conmovedor que una mujer arrostrando los peligros de la guerra, atenta sólo a los ayes que lanzan los heridos, y volando cual mariposas entre los peñascales para llevar a sus almas el bálsamo de sus palabras consoladoras, a la par que cubre sus heridas, entre los estruendos del cañón?
Y esa otra mujer, que se afana por hacer agradable la vida de su cónyuge, y esa otra que se entrega al trabajo hasta rendirse por llevar un pedazo de pan con que calmar el hambre de sus huérfanos hijitos, ¿no es también digna de admiración y respeto?
Pues si ello es así y el mundo está lleno de ejemplos sublimes de feminismo, ¿por qué negamos el pan espiritual? ¿Por qué ese empeño en hacernos inferiores al hombre, si espiritualmente valemos tanto como él?
PASEMOS A OTRO PUNTO
¿Puede influir la mujer en los destinos de los pueblos?
Empezando por nuestros primeros padres, Adán y Eva, sabemos que, por haber desobedecido el mandato del Señor, fueron arrojados del Paraíso, pero en el instante mismo se hace sentir la misericordia divina, con estas palabras que Dios dice, dirigiéndose a la serpiente que engañara a nuestra madre Eva:
«Una mujer quebrantará tu cabeza». Ved, pues, el instrumento de que Dios en sus altos designios se vale para aplastar al demonio y abrirnos las puertas del cielo, según nos dice la Biblia.
Y la profecía del Señor se cumplió. Una mujer sencilla y humilde, cual la violeta, pura como la azucena, bella como la luz y buena como Dios mismo, es la predestinada a aplastar el orgullo de Lucifer.
Este es el hecho culminante de la Historia del mundo, redimido por el amor de una madre, que ve morir al hijo amado en el suplicio de una cruz.
Ante este caso, ¿qué replicará la Iglesia, que siempre se opone a toda obra de redención femenina?
Y siguiendo con la Biblia, ¿no es la hermosa Judith, emblema de virtud y valor, libertando a su pueblo de la tiranía de su sitiador Holofernes?
La Historia patria, nuestra Historia, está cuajada de mujeres que, en un arranque de valor, supieron morir en defensa de sus hijos, su religión y sus libertades.
En la Edad Antigua, se distinguieron en el sitio de Sagunto y Numancia, queriendo antes perecer en la hoguera (que ellas mismas encendieron, arrojándose con sus hijos) a tener que entregarse al enemigo sitiador.
La Edad Media nos brinda también una reina, doña María de Molina, cuyo talento y carácter enérgico logra separar a los reyes don Juan y don Alfonso de la Cerda, sosteniendo el trono para su hijo don Fernando, vendiéndose las alhajas para cubrir los gastos de la guerra y salvar la nave del Estado, combatida en tan proceloso mar.
Muchos son los casos que la Historia de España nos brinda, pero sólo contaré algunos, para no hacerme pesada.
Al emprender el conde Aznar la conquista de Jaca (que estaba en poder de los moros), una batalla se había empeñado en la confluencia de los ríos Aragón y Gas. La lucha era tenaz y sangrienta, la sangre enrojecía las aguas de los ríos y cada momento se empeñaba más y más el desesperado combate; la zozobra afligía a los habitantes de Jaca, temerosos por el resultado de aquella jornada; eran los ancianos, los niños y las mujeres, que considerando el gran riesgo de sus padres, esposos e hijos, deseando prestarles auxilio, preferían morir y luchar contra el enemigo, y armándose para someterlos, aparecieron en las cumbres; el conde Aznar juzga que es un ejército en su auxilio, y redobla sus esfuerzos, mientras que los moros, creyéndolo así también, ceden el campo, y se pronuncian en derrota completa.
El templo de Nuestra Señora de la Victoria y el pendón de Jaca, adornado con la cruz de Sobrarbe, cuatro cabezas cortadas de moros, muestran a la posteridad esta victoria.
De la Edad Moderna, ¿qué os diré? ¿Quién no recuerda en estos días de gloria para la aviación y para España, aquel fausto acontecimiento, el más grande de cuantos la Historia cuenta debido a nuestra querida y siempre llorada reina Isabel la Católica? ¿Queréis un ejemplo más palpable de cómo la mujer puede influir en los destinos de una nación? Unidas las coronas de Aragón y Castilla en las personas de don Fernando y doña Isabel, los castellanos resolvieron que esta reina conservase su soberanía, y le aseguraron la independencia para gobernar por sí con entera libertad en Castilla, en todos los empleos civiles, militares y eclesiásticos.
Esta división de poderes fue observada por Isabel, sin que el interés ni los celos turbasen la buena armonía que reinaba entre los esposos. Ello era debido a las grandes cualidades de que estaba adornada; como talento, prudencia y entereza de ánimo.
España atravesaba una época difícil. La guerra que hacía largos años sostenía con el moro, había agotado todos sus recursos.
En esto, un genio -Cristóbal Colón- se presenta en el campo de Santa Fe, pide audiencia al rey don Fernando, expone la posibilidad de encontrar un Nuevo Mundo, y, hubo de retirarse, sin conseguir otra cosa que ser mal recibido por el rey.
En el campo de Santa Fe estaba también la reina Isabel, que le envía un correo anunciándole que acoge su proyecto y le protege, a pesar de la resistencia de su esposo.
Colón cruza el Océano y, después de un viaje de penalidades, descubre tierra el 14 de octubre de 1492, a los treinta y cinco días de navegación.
Las alhajas que doña Isabel empeñara para dar a Colón lo indispensable para su expedición, trocáronse en un mundo, que hace de España la más gloriosa y rica del orbe entero.
Y no sólo ayudó a Colón en su descubrimiento, y no sólo reconquistó Granada y logró pacificar el interior de España, sino que supo dar leyes sabias para gobernar con una rectitud jamás superada. Supo ser mujer y reina, y con esto está dicho todo.
¿Y qué diremos de las heroínas aragonesas: Manuela Sancho, Casta Alvarez, Agustina de Aragón y la condesa de Bureta ?
¿Qué de la virtuosa Concepción Arenal, de la mística escritora Santa Teresa de Jesús y de la eminente Pardo Bazán?
Y en el ramo de la ciencia, ¿no es madame Curie factor importantísimo en el descubrimiento del radium?
Ahora bien; estas mujeres han influido en los destinos de los pueblos, colaborando en el orden moral, científico, religioso y aun económico y político.
Para elevarse a la cumbre de la celebridad, qué de obstáculos no tuvieron que vencer.
Encerrada la mujer en el estrecho circulo que las costumbres y preocupaciones sociales le han creado, romper ese dique. formidable de la rutina, para buscar en los libros la luz de la inteligencia, era tanto como declararse loca, ilusa o tonta de capirote, a los ojos de la sociedad.
Pero el alma de la mujer, a pesar de todos los obstáculos, remonta su vuelo, y en su excelsa fantasía, escala los más altos puestos de la gloria, para dar aliento a las que, más pusilánimes o más esclavas, se hallan aferradas a un antagonismo perjudicial para ellas y para los mismos que se ufanan de verlas humilladas al considerarse incapaces para otra cosa, que no sea barrer y fregar.
Al hablar de feminismo y preconizar para la emancipación de la mujer la cultura que la ha de elevar, suelen algunos hombres preguntar: ¿Y quién cuidará del cocido y la limpieza? ¿Tendremos que ser nosotros la Maritornes de la casa para que nuestras esposas e hijas vayan a ingerir una buena dosis de cultura que las ponga en condiciones iguales a las del hombre?
Los que así se expresan, desconocen en absoluto nuestras doctrinas, basadas únicamente en el amor, que es el principal sentimiento de la mujer.
Nosotras no pretendemos alterar el orden de las cosas, trocando los papeles; es más, ninguna mujer que se sienta femenina, cedería al hombre -sin grave necesidad- sus ocupaciones, trocándolas por las que no son propias y haciendo así el ridículo, pero una cosa es no trocar los papeles y otra carecer de cultura para poder desempeñarlos cual corresponde.
Y, a propósito de esto, pasemos a otro punto y veamos qué es la familia.
Según algunas nociones que tengo de derecho, por familia se entiende el conjunto de personas unidas por los vínculos de la sangre.
Base de la familia es el matrimonio.
El matrimonio lo forman el hombre y la mujer con el fin exclusivo de amarse, consolarse en sus aflicciones, ayudarse en sus empresas y encauzar a sus hijos por la senda del trabajo y la virtud.
Dos son, pues, los factores que intervienen en la formación de la familia, y cada uno de ellos carga con la responsabilidad que le corresponde en el desempeño de su sagrada misión; sin que pueda excusarlos de sus deberes el rango, posición o cultura que posean.
La mujer tiene el ineludible deber de conservar el fuego del amor, manteniendo en su marido la ilusión que de ella se forjara al elegirla entre todas para ser la compañera de su vida.
Si el amor y la naturaleza la hacen madre, ¡oh, entonces!…
Entonces pesa sobre sus hombros y sobre su conciencia el cuidado de formar el corazón de sus hijos, imprimiendo en ellos el carácter que su sutileza y el amor le dicten.
¿Queréis, pues, carga más dulce ni más pesada que la de la mujer?
Ella debe atender al desarrollo físico de sus pequeñuelos, ella se cuida de la higiene, economía y comodidad precisas en la casa; ella, en fin, debe ser la primera en cimentar y propulsar el corazón de sus hijos, encauzando sus sentimientos hacia la moral, siendo el espejo viviente donde todos se miren extasiados al contemplar la belleza de sus almas: la más sublime de todas las bellezas.
Para ello se precisa una cultura muy vasta, puesto que se ha de formar al hombre en el niño.
¿Qué diríamos de un hombre que se empeñara en hacer marchar una máquina movida por la electricidad, desconociendo su mecanismo y la fuerza dinámica que ha de moverla?
Pues lo mismo ocurre con la mujer que desconoce los deberes que su estado de esposa y madre la reservan.
Vosotros mismos que me escucháis: ¿ No querríais para madre de vuestros hijos una mujer modelo de virtud, espiritualidad y delicadeza?
Seguramente que sí. Yo creo que, si en vuestra mano estuviera, no dudaríais en dar vuestro nombre y vuestro cariño a una mujer instruida y educada, prefiriéndola a otra rutinaria y frívola.
Ayudadnos, pues, a levantamos de esta postración; pues como caballeros os corresponde y como hombres debéis quererlo, ya que en la vida ha de ser una mujer la que se encargue de perpetuar vuestro nombre.
Y ahora que reclamo vuestro auxilio, cabe preguntar:
¿La mujer es inferior o superior al hombre? Muchos escritores afirman que la mujer es un animal sin sentimiento alguno.
Schopenhauer, en su libro «El amor, las mujeres y la vida», insulta a la mujer, y dice que «El matrimonio es una celada que la naturaleza le prepara al hombre».
Otros escritores, entre ellos Oscar Wilde, nos llenan de adjetivos que, por cierto, no son flores; pero ninguno de ellos lo hace ciertamente con el pensamiento puesto en la madre que los llevó en su seno y les dio sus besos y sus caricias.
Esa madre, por el solo hecho de serlo, debería merecer todo su respeto y todo su cariño, y en ella debieran respetar a las demás mujeres, que también son madres, y al querer rebajarlas se rebajan a si mismos, puesto que su primer aliento, y aun antes de ser formados era el claustro materno de la mujer quien los llevaba.
No han faltado tampoco paladines Quijotes, que al salir por los fueros de la mujer le han reservado un papel muy superior al del hombre.
Ni unos ni otros andan acertados.
Si consideramos a la mujer respecto al hombre en su yo físico, indudablemente que la fuerza se ha desarrollado en el hombre por medio del ejercicio y se ha disminuido en la mujer por razón de sus ocupaciones domésticas, y, por lo tanto, la del hombre es superior a la mujer, pero este caso sólo demostraría que no es el hombre el rey de la Creación, será otra causa que lo eleve sobre los demás seres creados, y ésta es, sin duda alguna, la fuerza de la razón, y no la razón de la fuerza.
Moralmente, la mujer es igual al hombre, y esto queda demostrado en los párrafos anteriores de esta conferencia, al evocar los nombres de las ilustres mujeres que supieron conquistar un puesto de honor en la historia.
Diréis que son menos en número las mujeres célebres a la de los hombres, y yo pregunto: ¿Qué clase de educación recibe la mujer?
Generalmente, es nula, y de ello no culpo sólo a los hombres -que en su mal entendido egoísmo quieren a la mujer ignorante, para dominarla- no; la culpa es también nuestra, por no haber sabido elevamos, por no haber sentido la emulación ante las que escalaron la montaña de la Ciencia y pusieron en su cima la bandera del feminismo, tan alto como sus nombres.
Es nuestra, que en nuestro deseo de agradar, sólo nos preocupa la forma y abandonamos el fondo; nuestra, que antes que mujer, queremos parecer flor; nuestra, que estudiamos el arte de la coquetería y olvidamos la estética del alma.
Hora es de abandonar todo esos prejuicios y atender a la necesidad de redimirnos.
Para ello debemos poner un cuidado especial en todos nuestros actos, y un interés muy vivo en que todas y cada una de nosotras pueda servir de modelo a nuestras hijas, hermanas y compañeras, teniendo la moral por base y el cariño por lema.
Y cuando alguna de nuestras hermanas, arrastrada por las pasiones o seducida por los halagos de un amor nocivo, se olvide de lo que se debe a sí misma, no la empujemos al arroyo con nuestro desprecio, tengamos compasión de su caída, y si es posible, ayudémosla a levantarse y apoyémosla para que nunca vuelva a caer; como hacen los hombres que son caballeros y que tienen corazón.
Esto es lo que como mujer nos corresponde y no ese desdén o esa independencia de las que se creen rebajadas compadeciéndose de la desgraciada que ha caído, que es lo menos que debe hacerse.
Al poner a vuestra consideración lo que debemos hacer cuando alguna de nuestras hermanas se vea al borde del abismo, no me olvido que estoy probando que la mujer no es inferior al hombre y pienso que tal vez haya quien piense que estoy demostrando lo contrario.
Por si esto ocurre, me voy a permitir una objeción:
Si la mujer, llevada del amor, la pasión o el deseo del lujo, se olvida de su decoro para entregarse en brazos de un hombre, ¿no serán dos los culpables? Diréis que el hombre es libre, que las costumbres le hacen aparecer como conquistador y no como caído, y yo contesto:
Ni las costumbres, ni la tan cacareada libertad, pueden disculpar al hombre de la falta cometida.
Ese aire de conquista es precisamente lo que más le rebaja, porque es indicio cierto de que ha usado de malas artes, ofreciendo un cariño que no sentía, prometiendo lo que no pensaba cumplir, y esto no es de hombres ni de caballeros.
Y aun suponiendo a la mujer tan baja que venda su honra por unas monedas, entiendo yo que no cabe disculpa en el hombre, pues como dice la escritora Sor Inés de la Cruz:
«¿Quién es el que peca más:el que peca por la paga o el que paga por pecar?»
Sentado queda, pues, que la mujer no es inferior al hombre.
Algunas veces se nos culpa -y no sin fundamento-, de ser nosotras la valla que se opone al desenvolvimiento moral de las sociedades, reteniendo al margen de todo progreso al hombre.
Sí; nosotras; llevadas de un cariño mal entendido, cometemos la torpeza de oponernos a que el hombre ingrese en estas sociedades de cultura, en donde la fuerza psíquica se expansiona y desenvuelve con pujanza para hermanar ideas, recabar derechos y hacer patria chica, que es el medio de hacer patria grande.
Es una equivocación, que pagamos cara, sin darnos cuenta de ello, porque somos rémora al progreso de nuestras libertades civiles.
Estas sociedades merecen nuestro asentimiento y nuestro apoyo moral y material.¿Sabéis por qué?, ¿ no?
Pues fijaos en este sencillo ejemplo:
Una hormiga encontró al salir de su hormiguero una dorada espiga, y quiso llevarla a su granero. La tomó y trabajó largo rato, sin conseguir moverla.
Hubo de abandonarla por fin con sentimiento.
Más tarde llegó otra, probó y tampoco pudo arrastrarla.
Luego otra, otra y otra, pero todo inútilmente.
Por fin dijo la más discreta: Probemos, hermanas, todas a una.
Apenas lo hicieron, vieron con asombro, que la espiga era llevada con facilidad.
La unión de las fuerzas dispersas realizaron el milagro, y la espiga fue llevada sin fatiga y con gran contento de todas.
Y, ¿qué es una sociedad sino una reunión de fuerzas para un fin común?
Y si ese fin, es un fin elevado, noble y equitativo, ¡cuán grande debe ser el espíritu que lo impulsa! No receléis, hermanas; dejad marchar al hombre hacia la luz y la cultura, único medio de que comprenda que también nosotras tenemos derecho a disfrutar de esa diáfana luz que ha de iluminar nuestros cerebros.
Todo el bien de la humanidad consiste en fraternizar y elevar nuestros sentimientos, haciéndonos fuertes para luchar en buena lid.
Nuestro lema debe ser: adelante, adelante, adelante.
Yo no he venido aquí a hablaros por hablar.
Yo quisiera despertar en vuestras inteligencias el espíritu de las mujeres que antes cité para hacernos merecedoras del santo nombre de esposa y madre, título el más hermoso de la tierra.
Voy a terminar con una voz de aliento para todos: a los hombres, rogándoles no desdeñen a la mujer y la ayuden con su apoyo moral a salir del cerco en que nos hallamos.
Que no olviden que la mujer es la madre, la esposa, la hermana y la hija, a quien tanto deben amar.
Que no tengan recelo de nuestro despertar, pues pueden asegurar que la mujer no quiere sino el bien del hombre y su colaboración y su cultura, ha de ser en beneficio para todos.
No hay mujer que no maldiga la guerra, y si la mujer se capacita para luchar en buena lid, puedo asegurar que la obra de la eminente baronesa Berta Huñet «Abajo las armas», no será un libro más, sino un hecho más que anotar en la historia del feminismo, pues como dijo el poeta de «Canción de cuna» :
«Porque cada mujer, Porque lo quiso Dios, Lleva un hijo dormido dentro del corazón»
He terminado.
Es evidente que hay algún que otro error histórico en algunos de sus postulados y que tiene una visión del feminismo que hoy en día estaría bastante desfasada. Pero sería de un ventajismo y de un presentismo imperdonable juzgarla con ojos del presente, sin tener en cuenta el contexto histórico en el que vivió. Si comparamos sus razonamientos con los de contemporáneos suyos -que tal y como afirma ella- decían barbaridades como que la mujer es un animal sin sentimiento alguno, es incuestionable lo avanzado de su discurso al decir que el hombre no es superior a la mujer y que la mujer debe cultivarse tanto como el hombre, ideas que llevó hasta las últimas consecuencias cuando fue alcaldesa de Gallur, creando una escuela mixta de niños y niñas.
Santiago Navascués Alcay
Lcdo. en Historia por la Uni. de Zaragoza
BIBLIOGRAFÍA
• Domínguez Remón, M. (2004); Opiniones de mujeres. (Conferencias), Diputación Provincial de Zaragoza, Zaragoza.