LA EDUCACIÓN DE NUESTRAS MAYORES

Hace unos meses y gracias a la colaboración de Lourdes Blasco Trigo, que guardó con mucho celo un libro titulado Flora, con el que su abuela fue educada en la escuela en su más tierna infancia; escribí un artículo sobre la educación que recibían nuestras mayores.

Pasado un tiempo nuestra vecina de Gallur, María Isabel Corellano, tuvo a bien prestarme un libro todavía más antiguo, fundamental para completar esa información, titulado la Joven Bien Educada. Lecciones de Urbanidad.

Se trata de un libro pequeñito, de bolsillo, que no enseña matemática, ni historia o lenguaje; sino a comportarse como una dama, como se esperaría que actuase una señorita. Es un libro para llevar a todas partes, escrito además por una mujer, María Orberá y Carrión, como en el caso del libro Flora. Que a nadie despiste este hecho. Si este libro con el que se educarían las niñas de nuestro país durante décadas lo escribió una mujer, es porque la pedagogía es una ciencia empírica y escriben sobre cómo enseñar y diseñan los materiales didácticos aquellos que antes han sido profesores. Por aquel entonces no existía la escuela mixta. Los niños y niñas eran educados por separado con profesores de su mismo sexo y con temario distinto. No había varón que tuviera pajolera idea acerca de la educación femenina en aquellos años. Eso sí, para dar el sello de validez contiene un prólogo del catedrático de derecho de la Universidad de Granada, Don Francisco Javier Simonet.

Como ya podréis imaginar, esta enseñanza era mucho más moral y religiosa que científica. El tono de la obra queda perfectamente claro desde el momento en que uno lee en el prólogo los siguientes párrafos:

“Uno de los distintivos más característicos del adelanto de una sociedad es el grado, extensión y senda que en cada una de ellas se marca a la educación y al destino de la mujer.

Podrá diferirse en el camino que para ello se emprende, según el objeto que cada uno se proponga, y así vemos que hasta los partidarios de esa abominable secta, que tiene por empeño en descatolizar nuestra patria, abogan por la enseñanza del sexo débil, si bien, obrando en consonancia con sus perversos fines. […]

Si la vemos libre, sí, pero frívola y vanidosa, realizando en su conducta fantásticas novelas y trágicos dramas, como sucede en una gran parte de la Europa moderna, infiel a la fe y a la divina moral del Evangelio, será lícito afirmar que vive en una sociedad apóstata y corrompida.

Si, por el contrario, la vemos temerosa de Dios, recatada, modesta y laboriosa, llena de abnegación y de caridad, encerrada voluntariamente en el hogar doméstico o en el claustro, y en todas partes rodeada de dignidad y consideración, sublimándose por muchos conceptos sobre la mayoría de los hombres, como sucede todavía en una parte considerable del mundo cristiano, y especialmente en nuestra católica España, bien podemos asegurar que esta sociedad ha enderezado su camino hacia el apogeo de la cultura y de la perfección humana. […]”

Es conveniente situar el texto en su contexto histórico para entenderlo mejor. Por una firma que aparece en el libro parece que fue usado por la gallurana Isabel Lumbreras Cuartero en el año 1929. Se trata de la edición de 1922, la decimocuarta desde que se publicó la primera en 1875. Es, por tanto, el manual de decoro con el que las niñas durante la Restauración y la dictadura de Miguel Primo de Rivera fueron enseñadas a tener “buenos modales”.

Durante toda primera mitad del siglo XIX España fue un país en el que se alternaron dos partidos en el gobierno, el partido progresista por un lado y el partido moderado por otro. La reina decidía qué partido convocaba las elecciones y el que las convocaba siempre las ganaba debido a la manipulación del recuento, al caciquismo y al elevado fraude electoral. Ante esta situación, la oposición sólo podía acceder al gobierno mediante pronunciamientos militares. Estos dos grandes partidos no diferían mucho entre sí, sus integrantes eran nobles que se habían aburguesado, grandes terratenientes y altos oficiales del ejército, que gobernaban con la connivencia de la Iglesia y la reina Isabel II. El problema era que la reina tenía predilección por el partido moderado y siempre llamaba a este partido para convocar las elecciones, lo que desencadenó la Revolución Gloriosa del año 1868 y el exilio de la reina.

Pero el país era diferente, había cambiado, había emergido el socialismo, el movimiento obrero y los nacionalismos. Las clases bajas se estaban organizando y querían ocupar el poder también. Tras el exilio de la reina vino la monarquía fallida de Amadeo de Saboya y la Primera República, años de inestabilidad en los que los que siempre habían ocupado el poder se vieron apartados de él. Los carlistas no desperdiciaron la ocasión y se rebelaron contra el gobierno. Aprovecharon el descontento de las zonas rurales con el capitalismo deshumanizado que venía de la ciudad y que provocaba la ruina del campo. Pedían el restablecimiento de los fueros y la Iglesia, que no veía con buenos ojos el laicismo del nuevo gobierno e incitó al campesinado para que se sublevara contra él.

Todo ello vio su fin con el pronunciamiento militar del general Martínez Campos. A consecuencia de este, surgió el sistema de la Restauración. Se instauró en el trono a Alfonso XII, hijo de Isabel II, que llamaría a convocar elecciones al Partido Conservador y al Partido Liberal, integrados de nuevo por las grandes fortunas, grandes mandos del ejército, nobles y terratenientes. Con la Revolución Gloriosa de 1868 habían aprendido la lección y esta vez llegaron a un acuerdo con el monarca para que ambos partidos convocaran más o menos el mismo número de elecciones y evitar así golpes de Estado, que podían traer aparejados revoluciones que les apartaran de las instituciones. La Iglesia apoyó al nuevo gobierno y el carlismo perdió muchas filas por la retirada del amparo de la Iglesia y porque de nuevo había un gobierno conservador.

Las palabras de este libro son reflejo de toda esta realidad histórica. Cuando Don Francisco Javier Simonet habla de abominable secta que se opone a que la educación de la mujer se base en la moral cristiana, se refiere sin duda al movimiento obrero, el gran enemigo del sistema. Lo que hoy en día llamamos “civismo”, entonces lo llamaba “urbanismo”. Es una clara demonización del campo del que surgió el carlismo. Y por último, esa educación tan católica es fruto de esa alianza de la Iglesia con el régimen que permitía que siguieran ostentado el mando quienes siempre lo habían tenido. Se trata, sin duda de un libro del Régimen.

Santiago Navascués Alcay

Lcdo. en Historia por la Uni. de Zaragoza

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