TESTIMONIO JOSÉ MURILLO FERRÁNDEZ (SEGUNDA PARTE)

Os presentamos el desenlace del truculento testimonio del gallurano José Murillo Ferrández acerca de como vivió el Golpe de Estado de 1936. Si recordáis, en la primera parte (al final del artículo hay un enlace a la primera parte) lo dejamos cuando se presenta en el ayuntamiento y es detenido y torturado. Esto es lo que sigue:

Por fin, cuando dejaron de pegarme, me cogieron entre dos y abrieron una puerta que había en el patio del cuartel y me tiraron por las escaleras que iban a parar a un caño. Llegué al fondo del mismo completamente deshecho y enseguida oí una voz, que parecía que venía de una tumba, diciendo:

-¿Quién eres?

El que llamó era un compañero que se llamaba Esteban Miguel, apodado «Pelín», que también estaba sin poder menearse de lo que le habían maltratado. Al preguntarme quién era le dije: «Soy Murillo», y me dijo:

-Acércate aquí que tengo una manta y podemos estar encima de ella los dos.

Arrastrándome me acerqué a él y no había hecho más que tumbarme cuando, de pronto, se abrió la trampa del caño y se asomó un guardia civil que se llamaba Marraco y dijo:

-A ver, ese que ha bajado hace poco, que suba.

Bajar, bajé deprisa porque me tiraron por las escaleras, pero subir no podía porque estaba lleno de dolores por todo el cuerpo. Como pude fui subiendo poco a poco, y cuando llegué arriba me cogió del brazo y me dijo:

-Ven, que te voy a llevar al corral.

Así lo hizo. En él había 30 o 40 compañeros que también estaban deshechos del trato que les daban. Llegó la noche, y sobre las doce nos hicieron salir a todos al patio del cuartel; al momento llegó un camión y nos hicieron subir a él. No os podéis imaginar la escena que se presentó entonces pues todos pensábamos que iban a fusilamos. No se oían más que lamentos. De un lado: «¡Ay mujer!» y «¡Ay hijos míos!» (que, por cierto, lo que más me afligía era oír tales palabras). Así transcurrió todo hasta llegar a Borja, pues era allí donde nos llevaban. Nos metieron en la cárcel en dos celdas, 10 en una y 35 en otra y, a los días, nos pusieron a todos juntos en una. Ese mismo día, sobre las seis de la tarde, oímos un movimiento y gritos que decían:

-¡Hay que matar a todos los que están en la cárcel!

Nosotros, como estábamos indefensos, vimos que estábamos a merced de ellos y, al momento, un grupo de manifestantes consiguieron entrar en la cárcel. De pronto se abrió la puerta de la celda y dijo el carcelero:

-A ver, tú mismo -dirigiéndose a mi persona-, ¡sígueme!

Y saliendo afuera vi que había unos 20 o 30 falangistas (todos iban armados), y uno de ellos, el que parecía que llevaba la voz cantante, les dijo a los demás:

-Mirad qué cara de criminal tiene ése.

A continuación se encaró con el carcelero y le dijo:

-¿Tiene usted por debajo alguna celda vacía?

Y contestó:

-Sí, hay dos.

Se trataba de unas celdas que había debajo tierra. Me bajaron, me metieron en una de ellas, sin otra luz que la que entraba por la puerta, y me pusieron en la pared enfrente de la puerta, diciéndome:

-Ancha los brazos.

Y así lo hicieron, ponerme como Cristo en la cruz. Entonces, el que hacía de jefe dijo a dos de los que había allí:

-Venga, poneos aquí en la puerta y preparaos a disparar cuando yo lo diga.

Entonces se acercó uno de los que componían el grupo al que daba las órdenes y oí que le decía:

-Oye, es una pena que matemos a este chico tan joven. Espera un poco que voy a hablar con él para ver lo que me dice.

Se acercó a mí y me dijo:

-Bueno, creo que te habrás dado cuenta de lo que te va a pasar.

Y yo le contesté:

-Pues sí, veo que me van a fusilar.

-Pues sí, te vamos a fusilar. Pero si tú quieres aún hay un medio para poder evitarlo.

Entonces, como es natural, dije:

-Pues si depende de mí ya está hecho.

Y me dijo:

-A ver si es verdad.

Mira, te vamos a dar tiempo hasta mañana por la mañana. Ahora te vamos a meter entre tus compañeros y les vas sacando a ver lo que ha hecho cada uno, a ver dónde tiene las armas escondidas, porque, como comprenderás, si han hecho algo que tenga castigo, lo haremos teniéndoles en la cárcel 15 o 20 días.

Yo enseguida me di cuenta de que me habían elegido a mí porque era el más joven y pensaron que conmigo iban a tener la información que querían ¡Cómo se equivocaban! Pero, en fin, yo quería que corriera el tiempo, así que les dije:

-Así lo haré.

Repito que ellos no pensaban que se estaban equivocando conmigo. Estaba dispuesto a dar, si era preciso, la vida antes que delatar a ningún compañero. Por fin me subieron arriba y me metieron con ellos. No os podéis imaginar la escena que se montó allí al ver que volvía de nuevo: todos venían a abrazarme llorando porque ellos habían creído que me llevaban para fusilarme. Todos me preguntaban si me habían maltratado y yo les decía:

-Tranquilos, que no me han hecho nada.

Pero para mí se quedaba el rato que yo pasé. Cuando vi que se habían serenado un poco, les dije:

-¿Sabéis mi misión si quiero salvarme?: delataros a vosotros.

¡Ojalá no les hubiera dicho nada!, pues se pusieron todos atemorizados. Pero yo quise decírselo para que cuando las fuerzas volvieran por la mañana vieran que pasara lo que pasase, yo era un compañero. Todos pasamos muy mala noche, ellos desconfiados de lo que yo pudiera decirles y yo porque estaba seguro de que nada les diría y, por lo tanto, yo estaba preocupado por la suerte que iba a correr caso de que vinieran los falangistas que vinieron el día anterior. Así fue transcurriendo la madrugada. Ya iba viniendo el día y a cada ruido y voces que oíamos nos poníamos en tensión. Pasaban las horas y nadie se acercaba a la cárcel para nada. Cuando estábamos así, se acercó el carcelero al ventano de la puerta de la celda y llamándome me dijo:

-Muchacho, ya veo que estáis pasando mal rato, pero, ¡quién sabe!, a lo mejor los de ayer casi seguro que no se acercarán por aquí, pues los que vinieron eran un grupo que iban a encontrarse a Zaragoza para organizar un frente, así que tened esperanza que casi seguro que no se acercarán por aquí.

Así fue, pasó la mañana y nadie vino. Sobre las seis de la tarde se presentó en la cárcel el general Espejo (que se encontraba en Borja porque por la edad que tenía se encontraba inactivo y cuando estalló el Movimiento se puso en activo) en compañía de un teniente de la Guardia Civil y varios números más, y empezaron a tomarnos declaración uno por uno. El hombre parecía tener buena fe. Vino a tomamos declaración y todos dijimos lo que habíamos hecho, lo que sabíamos. El caso es que al hombre se le veía mucho ánimo para sacarnos de allí, para informarse de cada uno. Luego volvió, y de los 45 que estábamos de Gallur, quedaron 14, pues 31 salimos, nos sacaron en libertad. Vinimos aquí, al pueblo y a esos 14 los fusilaron en una noche. A 7 los fusilaron en la mitad … en Tabuenca, y a los otros los pasaron por aquí hacia Ejea y allí los fusilaron en una noche. Pues bien, 30 salimos en libertad. Yo hacía la vida normal, aquí en casa, trabajando, cuando un buen día, el día 11 de agosto, estando durmiendo la siesta yo, llamaron a la puerta. Me levanté y era un agente del municipio. Me llamó:

-¡Murillo!

Dije:

-¿Qué hay?

-Oye, que cuando puedas subas al cuartel, que te van a hacer una pregunta.

-Pues ahora mismo voy.

Aún me dijo:

-Oye, no corras, no tengas mucha prisa, que es igual.

-No, pues ahora subiré.

Y así lo hice. Subí y me encerraron en un cuarto. Esa tarde había muchos detenidos en Gallur. Los fueron sacando y, cuando quedaban sólo 8, nos encerraron en el cuarto que hacía de cárcel y fueron llamándonos uno por uno y ¡hay que ver el trato que nos dieron!: otra vez la paliza de muerte. Había a quien le arrancaron la carne de las manos al tratar de esquivar el golpe, y así murieron. A mí me dieron leña también, pero de lleno. No sé tuve mucha fuerza moral, es decir, me mantuve entero; con mi dolor, todo lo que quieras, pero yo me mantuve entero. Y, además, cuando terminaban de hacer una declaración y pegarnos, ya nos sentenciaban:

-Tú pa esta noche, tú pa esta noche.

Y claro cuando íbamos entrando al cuarto (no lo digo por mostrarme más valiente que ellos, pero así sucedió) yo me mantuve entero. Estaría nervioso, no cabe duda, pero no me acobardé. Sin embargo, los pobres, quizá mayores que yo, tenían una familia formada, hijos (es lógico, pues todos queremos mucho la vida), y encima agregar ese dolor de la familia… Todos se tiraban al suelo, lanzando gemidos:

-¡Hijos míos, hijos míos!…

Tal ¿entiendes? Pero, como os digo, pues mantuve un poco la entereza y empecé a formarme una idea que yo quería hacer algo para no dejarme matar. Iba, claro, transcurriendo el tiempo y yo no sabía cuándo vendrían a buscarnos, conque una de las veces pensé, digo:

«Bueno, pues voy a llamar a la puerta a ver si me abren y les vaya pedir de ir al servicio. Si cuando me saquen del servicio veo que la puerta de la calle está abierta, me lanzo corriendo». Me di cuenta de que habían cerrado la puerta, había fracasado la intentona, pero, claro, no obstante me subieron a los sevicios de ellos. Bien, bajé, pero al rato insistí de nuevo. Yo veía que se avecinaba la hora ya y algo tenía que hacer. Insistí de nuevo y pasó lo mismo: me suben, o sea, me sacan, y al llegar al patio vi que la puerta estaba cerrada de nuevo. Yo, pues claro, subí con mala gana, pero subí y, estando en el servicio, es cuando vi que llegaba el camión y, claro, como no me corría ninguna prisa, pues no salí porque ¡mira para lo que era! El guardia que estaba allí en la puerta también se dio cuenta de que llegaba el camión y dijo:

-¡Venga, sal de ahí! ¡Dáte prisa!

Al final salí, pero cuando salí y bajé abajo en compañía del guardia civil estaban atados todos menos uno, o sea, iban todos atados en pareja con una cuerda y había uno suelto, claro, el que iban a atar con un servidor. Me dijeron:

-Ponte ahí.

Puse la mano, nos ataron, pusieron el camión junto a la puerta, nos pusieron un banco para poder subir y subí yo primero y aún le ayudé al otro a subir. Pero en estas que ya habían subido los que nos iban a ejecutar, los habían puesto en los laterales y nosotros teníamos que ponemos en el centro de la caja del camión. Nos pusimos. A mí me tocó delante, al lado de la cabina, aunque a espaldas mías había uno. Claro, como vi que ya estaba la solución, pues yo pensé que había llegado mi último momento. Al llegar al paso nivel, como me tocó un guardia civil al lado de donde estaba yo, le dije:

-Oiga, ¿por qué no nos bajan aquí, nos pegan cuatro tiros y así los familiares saben por lo menos dónde estamos?

Y el guardia civil nos contestó:

-Pero no, hombre, si no vais a eso. No sé si os llevamos a la cárcel de Borja o a la de Zaragoza. Claro, como el gusanillo de la esperanza nunca se pierde en esos casos por más que es un momento de apuro…, bueno, pues yo pensé que me estaban engañando y, además, seguro. Y en ese caso me dije: «Pues tienes que hacer algo». Y me puse de una forma abatida como iban los demás, me acerqué al otro y con la mano que tenía suelta empecé a desatar y conseguí soltarme, aunque mantuve la cuerda para disimular. Llegamos al cruce de Gallur y no íbamos ni hacia Borja ni hacia Zaragoza, sino hacia Mallén, y entonces le dije al guardia civil:

-Oiga, pues por ahí no se va a Zaragoza ni a Borja.

Y me contestó de nuevo:

-¡Ah!, pues a lo mejor os llevamos a la cárcel de Mallén.

Claro, otra vez la duda, pero yo veía que no, que era seguro que nos llevaban a fusilar, así que en el cruce de Mallén, me acerqué al que iba atado conmigo, que iba suelto como es lógico porque iba suelto yo ya, y le invité a saltar del camión en marcha. Pero iba tan abatido que no se dio cuenta de lo que le decía, o no tuvo valor para nada. El caso es que no me contestó y al no hacerlo él pues yo tampoco lo hice. Y pasamos por Mallén, pasamos por Cortes y luego por una carretera que va hacia Buñuel (no habéis ido nunca a lo mejor por ahí). Bueno, el caso es que llegamos a un sitio determinado que le dicen la fábrica Raperí (que incluso aún existe), y paró el camión. Al parar me pareció a mí que había llegado el momento, y como iba así al lado de la cabina, me levanté y les dije:

-¡Ya vale!

Y un guardia civil que iba en la rabera se levantó, me apuntó con el fusil y me dijo:

-¡Acáchate ahí, que te abraso!

Y yo, claro, ante eso me bajé y vi que había bajado otro guardia civil de la cabina del camión y estaba inspeccionando el terreno. Y se conoce que no le pareció bueno, se montó y se puso el camión en marcha de nuevo y a unos dos kilómetros antes de llegar a Buñuel paró de nuevo. Había un yermo, paró en la carretera y yo no me levanté visto lo que había pasado anteriormente. Bajó un guardia civil e inspeccionó el terreno y entonces dio la orden de que bajaran ellos, los ejecutores. Hicieron una especie de cerco y fueron bajando. Como yo estaba al lado de la cabina me tocaba bajar el último…, pero bien, cuando nos pusimos en pie aun tuvo arranques el que iba atado conmigo (claro, son momentos de flaqueza en que el más entero se desmorona, no cabe duda. A mí no me dio por eso, no sé si por casualidad o lo que fuera, pero yo me conservé entero hasta lo último) para decir:

-Nos ate, que vamos sueltos, y así moriremos juntos.

Y yo, sin darle importancia ni sabiendo lo que iba a suceder ni nada, dije:

-Oye, a mí me da igual morir junto que separado.

El caso es que no hicieron caso a las palabras de ése y no nos ataron, que si me llegan a atar a mí otra vez con él no hay solución. El caso es que no nos ataron. Pero yo había conocido a todos, que eran gente del pueblo y guardias civiles, gente del pueblo … y al que había venido detrás de mí no lo había conocido y entonces quise conocerlo, aunque para nada me servía, y el caso es que, al conocerlo, me sorprendí de quién era, le dije:

-¡Hombre!, ¿pero tú también vienes a matarme?

Y él se excusó, que él no había intervenido en nada.

Hasta cobarde fue para eso.

Y yo le dije:

-¡Seeech!, no has intervenido en nada, ¡mira lo que me ha pasado! Que te conste que muero inocente de lo que me acusas, ¿eh? Ya lo sabes tú. De mí no puedes ver ya ni bueno ni malo, que muero inocente de lo que me acusas.

Entonces brinqué del camión. Allí nos pusieron en la cuneta y el camión estaba cruzado. Me dice entonces un guardia civil que había abajo:

-Da la vuelta al camión.

Al dar la vuelta al camión eché la vista, porque aquella noche se veía como de día, una noche clara de luna, y vi un campo de maiz. Hice el gesto de lanzarme, pero vi que había un escorredero muy grande, y entonces me dije: «Si trato de brincar y no lo hago, no paso y caigo dentro y ahí me matarán», y no lo hice. Cuando me puse a la altura de los otros ya, sin llegar a la cuneta porque aún estaba en la carretera, los otros dos me seguían, que eran los que me iban a ejecutar a mí, y vi que estos no se daban cuenta de que faltaba yo porque ya estaban con las armas en los hombros para disparar y entonces, cuando oí que decían: «¡Carguen armas!», ¡raunnnn!, me lancé yo, pero la descarga fue antes que yo, la hicieron antes de lanzarme yo, nada, una décima de segundo, y yo caía a revueltas de los que caían muertos o heridos. Fíjate que desbarajuste, unos caerían muertos y otros no, el uno malherido, el otro muerto, y yo di dos brincos y caí en una acequia y, claro, en la acequia esa me levantaba, me caía, porque la acequia iba llena de agua y no se puede correr bien. y esa acequia caía a un escorredero grande, y me caí allí. Entonces pensé que tenía que salir del escorredero porque peligraba, ya que me figuré que me seguían. No fue así, pero vamos …

Conque salí fuera del escorredero y al cruzar campos fui a parar a la orilla del río. Había una arboleda y, yendo por la arboleda, había mucho matorral y hierba, yendo yo aprisa, sofocado (mira qué plan llevaría yo), pues pisé un bulto y vi que era una persona, una persona muerta (porque entonces se encon-traba en cualquier parte, un desbarajuste). Bueno, lo cuento porque esta persona está ligada a mi caso, ya lo explicaré. Bueno, se me fue enseguida de la memoria, porque bastante llevaba yo. Llegué al río y había un terraplén grande, me abroché la americana y me lancé y menos mal que había suficiente hondura que si no ahí me mato yo. Conque nadando, pim, pom, llegué al otro lado. Estaba rendido de ese momento de agobio, sofocación, nerviosismo, tensión …, tú verás cómo iba. Pues yo llegué al otro lado muy cansado, me eché en un matorral porque yo pensaba que ellos no pasaban el río, ¡cómo lo iban a pasar!, y me di cuenta entonces de que los faros del coche aún estaban parados, pero no oí disparos ya, se conoce que habían hecho lo que tenían que hacer. Entonces estuve meditando sobre lo que tenía que hacer. Yo sabía que por la mañana mi madre subiría al cuartel a llevarme el desayuno, el almuerzo o algo y le darían la noticia de que me habían matado. Lo pensé así, y así fue, además; y, claro, entonces me di cuenta de que iba descalzo, llevaba unas alpargatas sin lazos ni nada y con el barullo ese se conoce que las perdí, descalzo sin calcetines ni nada y, claro, yo pensé: «Y ¿cómo me vaya lanzar yo al monte en esta situación si no podré andar? Tendré que ir donde haya alguien y, según quien sea, pues va a ser mi muerte». Conque lo pensé mejor y me dije: «Bueno, pues esta gente sabe que me he escapado, pero si yo me voy a casa, ¿cómo se van a pensar que me meto en la boca del lobo? Vaya casa, les doy la noticia, que me vean que no me ha pasado nada, tal que cual; me arreglo bien, me voy, me escapo a la aventura y que sea lo que quiera: o bien a Francia o al otro lado». Así lo hice, me vine por esta parte que dicen el Tumbo y llegué a la boca donde desemboca el Arba. Toda esa parte de la boca del Arba que ahora es cultivable entonces era todo yermo, carrizal. Allí pasé el día y, por la noche, volví a pasar el río por un vado y subí por detrás de la iglesia, que había un sendero, bajé por esa calleja de la ermita y llegué a la cuadra de mi casa. Allí había una burra, y le di una patada al rete que había y me lancé, que aún caí encima de la burra y armó un estrapalucio … Cuando llegué, me di cuenta de que en la cocina había mucha gente: familiares, amistades, dando el pésame. Estaba muerto. Así que esperé un rato grande y fue marchando la gente y entre los últimos que bajaron, mi mujer, que era mi novia, y su madre. Yo vi a mi mujer, que iba lloriqueando, de luto. Al ratico bajó una hermana mía, que murió hace poco, a cerrar la puerta y, claro, yo pensé que era el momento preciso para declararme que estaba, y cuando vi que había cerrado la puerta, desde aquí la llamé:

-Emilia, Emilia. Y como pensé lo que iba a hacer, me lancé, y justo:

-¿Quién? ¿Quién?
Y, claro, la agarro:

-Que soy tu hermano.

¡Boom!, y se desmaya. La cogí como pude y la traje hasta aquí para que no se enterara mi madre. Estuve un rato haciéndole aires… Y mi cuñado, como veía que mi hermana no subía:

-Emilia, ¿qué haces? Emilia…

Como había vuelto en sí le dije:

-Llámalo.

Lo llamó:

-Carmelo, baja.

El bajó con una vela y le dije:

-Dile que apague la vela.

Porque estaba en peligro de que me viera alguien.

-Ven aquí, que estoy en la cuadra -le dijo mi hermana-, que estoy en la cuadra, pero apaga la luz.

-¿Por qué la vaya apagar?

-Tú, apágala -le dijo mi hermana.

Como existía ese temor entonces apagó la luz y fue entrando:

-¿Dónde estás?

Ella mismo se levantó, le abrazó y le dijo:

-Carmelo, que está aquí mi hermano.

Claro, como hombre, pues eso … aun pasó mal rato.

Había que tratar de subir a ver a mi madre. Fíjate qué caso, claro, le formaron un cuento, se subieron y yo subí con ellos y me escondí detrás de la cocina mientras le contaban el cuento a mi madre. Pero no tuve paciencia y me lancé. Mi madre estuvo a la muerte del sobresalto. Al día siguiente, mi hermana, que era una chica serena, me dijo:

-Oye, hay que decírselo a la Julia (la que hoy es mi mujer).

Dije que sí. Al día siguiente le dijo que bajara:

-Oye, Julia, mira a ver si bajas que mi madre, viéndote a ti, parece que le consuela más.

La madre de mi novia: -Sí, anda, deja todo y ve con la señora Juana.

Y, claro, bajó y, lo que pasa, cosa natural, echó a llorar cuando se encontró con mi madre y mi hermana. Esta le abordó pronto y le dijo:

-Bueno, Julia, ya se ha terminado de llorar. ¿Sabes lo que pasa? Que nos han dicho que a José no lo han matado (yo estaba en la escalera escuchándolas, vamos, viéndolas), que se ha escapado.

No sabía qué hacer, si reír o llorar. Mi hermana continuó:

-Si quieres verlo está ahí arriba.

Subió como una garza. Así fueron pasando los días. Y con la ilusión de que terminara pronto esto, entiendes, mis hermanas: «No te vayas, no te vayas, esto terminará pronto». Después hubo inconvenientes, se formaron frentes ya y todas esas cosas, y siempre con la ilusión de que terminara, pues pasó el tiempo hasta 34 meses. Yo estaba loco ya.

O sea que salí dos meses después de terminarse la guerra. Bueno, no salí, me sacaron.

A los cuatro o seis días de estar aquí encerrado, llamaron a mi madre al ayuntamiento para darle mi baja, y le dijeron que me habían encontrado y me habían enterrado en Buñuel. Hemos pensado siempre que aquel que he dicho que me encontré en la arboleda, se conoce que lo encontraron, y con la calor que hace ya por este tiempo estaba desfigurado, y como allí no me conocía nadie, dieron la noticia de que me habían encontrado muerto. Como entonces hacían las cosas como querían, no había ninguna cosa que se hiciera legal, pues ya estaba enterrado, y eso me valió a mí pues que ya nadie se acordaba de mí. Pero resulta que yo tenía un amigo aquí, que más que un amigo era un hermano. Se llamaba Antonio Redondo. Un día me dijo mi cuñado, cuando hacía unos días que estaba oculto:

-Oye, José, deberíamos decírselo al Antonio. Sabes lo que os apreciáis y viviría tranquilo de ver que no te han matado.

Yo le contesté:

-Mira, Carmelo, no le vamos a decir nada, porque esto es un secreto de vida o muerte.

Pero se conoce que se lo había dicho ya. Yo notaba, porque veía la calle, a mí no me veían porque tenía una cortina clara, que cuando pasaba este chico se quedaba mirando. A mí no me extrañaba mucho, al fin y al cabo, el recuerdo de un amigo… Al poco tiempo lo llamaron a filas, fue al frente y a los pocos días se pasó al otro lado. Allí como había gente de la que se había escapado al principio en que cada uno nos fuimos por un lado, unos habían llegado al frente y otros no, pues empezaron a contar todo lo que había pasado a su familia. El chico les dijo todo lo que sabía: pues a tu hermano tal, a tu madre tal…

-Pero hay un caso en Gallur que hay que remediarlo: a Murillo le pasa esto, y está en estas condiciones. Hay que procurar como sea ir por él.

Y trataron, y formaron guerrilleros para en una noche ir a por mí (de todo esto me enteré en la cárcel). Entonces el frente estaba en el Bajo Aragón y los otros dieron una ofensiva barriéndolos hasta la parte de Lérida, y ya hubo inconvenientes, no cesaron los ataques y no se hizo nada.

Cuando terminó la guerra, faltaban cinco o seis de aquí, de esta parte, que creo que los cogieron los de la otra parte y los fusilaron. Fueron una cuadrilla a indagar el paradero de esos cinco o seis que faltaban, fueron a Barcelona y como en Barcelona había unas cuantas chicas que estaban sirviendo allí cuando les cogió el Movimiento, estaban enteradas de todo, de lo mío… y desembucharon, diciendo cómo estaba escondido yo y todas esas cosas, y por eso vinieron, pues todos creían que estaba muerto. Así que el 5 de junio vino la Guardia Civil a por mí y después estuve un mes en la cárcel aquí en el pueblo. Me pillaron las dos fiestas e incluso yo no estaba encerrado, estaba abajo y las chicas (claro, yo era la novedad del pueblo y con mis veintitrés años, tú veras), pues bajaban. En vez de bailar en la plaza bajaban a bailar conmigo abajo, al son de la música, me dieron tanta confianza … Tenían que dármela porque no había hecho nada, al contrario, me habían hecho mucho mal. Yo pedía que se me llevaran para que, en fin, me juzgaran cuanto antes. Pues sí lo hicieron, se me llevaron, pero después bajaron aquí unos cuantos Judas para hacerme de nuevo unas denuncias exageradas, exageradas: que había quemado la iglesia, que había matado a un cura, que había matado a un guardia civil… ¡Fíjate!, sin salir de casa. Como entonces valía todo lo que decían, cualquier pelagatero que señalara con el dedo a cualquiera: «¡Ese!», ya valía, a fusilarlo. Así estaban las cosas. Después estuve en la cárcel treinta y dos meses, así es que sesenta y tantos meses de aventura. Y hay mucho más, pero, en fin, para qué más si ya es bastante.

ENLACE A LA PRIMERA PARTE

Bibliografía

• Ángeles Izquierdo, M.ª, Ramón García, J., José Sierra, M.ª, José Galindo, M.ª; Me lo han contado y lo cuento. La guerra civil en Gallur, N.º1 de la Colección «Los Cuadernos de Clase», Seminario de Fuentes Orales, I.E.S. Avempace, Zaragoza, 1999.

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