TESTIMONIO DE JOSÉ MURILLO FERRÁNDEZ (PRIMERA PARTE)

Os presentamos el testimonio del gallurano José Murillo Ferrández, que viene recogido en el libro Me lo han contado y lo cuento. La guerra civil en Gallur, en el que nos habla acerca de cómo vivió el Golpe de Estado de 1936 que desencadenó la Guerra Civil:

El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil española que llenó de dramas y amarguras a todos los españoles. No voy a meterme en profundidad de qué parte fue la responsabilidad de dicha contienda, pero sí hay una cosa cierta: y es que la clase trabajadora estaba humillada, esclavizada y maltratada. Y por estas causas nos agrupamos sindicalmente para así conseguir nuestras reivindicaciones. Y estos fueron motivos suficientes para que los rebeldes, que se llamaban nacionales, se ensañaran con los que sólo hicimos que luchar por la libertad. y para justificar mis palabras, voy a narrar lo que sigue:

Soy de Gallur, y para la fecha en que estalló el Movimiento me encontraba trabajando en una trilladora en el monte llamado Punigre del mismo pueblo. El día 19, cuando me disponía a salir de casa para ir al trabajo, oí que iban pregonando una huelga general en un bando, y que nadie marchara a trabajar; pero yo marché a avisar al dueño de la mies, y le dije:

-Señor Cecilio, iban pregonando una huelga general, así es que ¿qué hacemos?

Y me dijo:

– Nada, lo dejamos para otro día.

Pero yo, como tenía que ir a llevarle la comida a los dueños de la trilladora, marché para el trabajo. Y esto lo hice durante tres días. Pero al cuarto día, cuando me disponía a hacer lo mismo, se me acercaron dos o tres y me dijeron:

-No debes ir a ninguna parte, pues hay que estar preparado para lo que pueda venir.

Yo creí que se avecinaba una lucha con fuerzas que podían venir, y entonces no dudé en quedarme en el pueblo y solidarizarme con la clase trabajadora.

Transcurrieron las horas hasta las dos de la tarde en que, estando en el ayuntamiento cumpliendo la misión que me habían encomendado, oí los primeros disparos de las fuerzas que llegaban de la parte de Tauste. Pronto me di cuenta de que las fuerzas habían entrado en el pueblo, pues ya se oían los disparos por la Calle Baja, y, como me di cuenta de que allí corría peligro, intenté salir, pero los guardias del ayuntamiento me cerraron el paso, diciéndome:

-No te vayas, pues estando nosotros aquí no te pasará nada malo.

Yo no creí en sus palabras, pues los conocía a fondo, y entonces eché mano al bolsillo como si fuera a sacar un arma (que, la verdad, no he tenido una en mi poder), y les dije:

-Retiraos de la puerta u os retiro yo.

Al ver mi actitud se retiraron de la puerta, y entonces aproveché para salir corriendo hacia la huerta.

La misma noche volví a casa para ver si podía llevarme algo de comestible, pero en casa no había nada y volví a salir sin rumbo. Pasé la noche y el día en compañía de otros y, al amanecer, decidimos salir hacia el monte del Moncayo. La primera noche del día 24 la pasamos junto al pueblo del Pozuelo, en unas fascaleras de mies y, al amanecer del día 25, continuamos el rumbo. Pasando por el pueblo de Tabuenca, tuvimos que entrar en una tienda para que nos dejaran alpargatas, pues ya íbamos medio descalzos. Luego continuamos hacia Talamantes y a las afueras de dicho pueblo hicimos noche.

A la mañana siguiente, cruzamos el Moncayo hasta llegar al pueblo de Belatón y después continuamos la marcha hasta llegar al pueblo llamado La Cueva. Ya era de noche, y nos enteramos que aún no habían cambiado el ayuntamiento. Fuimos a casa del alcalde dándonos a conocer, quienes éramos; éste nos preparó cena, que buena falta nos hacía, pues íbamos muy cansados y hambrientos, dormimos en un pajar y, para no comprometer a nadie, decidimos salir al monte. Nos pusieron comestibles y una sartén para que nos hiciésemos la comida, y así estuvimos durante tres días.

Ya habíamos decidido nuestra marcha a Madrid, pues pensábamos que allí hacíamos falta para ayudar a defender al gobierno, cuando, de pronto, vimos que venía uno corriendo hacia nosotros. Cuando llegó, nos dijo:

-Compañeros, ya está provocado el Movimiento. No falta más que algún pueblo de la provincia. Entonces decidimos regresar a nuestro pueblo, y sin pensar más, emprendimos la marcha de regreso. Anduvimos todo el día campo través hasta poco antes de anochecer, cuando, de pronto, vimos a lo lejos una cuadrilla de personas que nos hizo pensar que iban dando una batida por el monte, y nos ocultamos en unos matorrales a la espera de lo que pudiera surgir. Pero resulta que ellos también nos habían visto y pensaron e hicieron lo mismo. Cansados de esperar, salimos y cuando menos lo esperábamos, salieron de unos matorrales llamándonos por nuestros nombres, resultando ser todos de nuestro pueblo.

Al rato de estar todos juntos, apareció una tormenta de las más grandes que yo he visto en toda mi vida, y no sabiendo qué hacer, pues no teníamos nada para protegemos. Entonces, los que nos habían encontrado dijeron:

-A unos kilómetros de aquí hemos dejado una paridera y podemos intentar ver si podemos llegar a ella.

Entonces, echamos a correr todos, pues éramos gente joven, menos uno que era de edad avanzada, pues tenía 60 años y pronto me di cuenta de que se había quedado atrás. Me volví para ayudarle y lo encontré tirado en el suelo, acobardado del agua y de la piedra que caía, pues yo, siendo joven, me sentía medio asfixiado. Lo cogí como pude y lo llevé a un matorral y con la chaqueta que él llevaba, que se la quité, nos la pusimos por encima de las cabezas para resguardarnos de la piedra que caía. Por fin echó a ceder la tormenta, pero como ya era de noche, y muy oscura, yo no sabía qué rumbo tomar, pero le cogí como pude y, ayudándole, emprendimos la marcha sin rumbo. Yo también iba algo desmoralizado, tanto por la situación como por el estado de mi compañero, pues no dejaba de llorar de verse en ese estado. Pero yo no podía remediar nada, pues también veía que mis fuerzas se iban agotando, así que decidí quedamos a pasar la noche donde nos encontrábamos, calculando que no sería nada buena, pero yo no podía hacer otra cosa, así que nos pusimos al abrigo de un matorral y traté de buscar leña para hacer fuego. Menos mal que el compañero llevaba un mechero que luego no sirvió para nada, pues no encontramos nada seco para encender fuego.

Pero menos mal que en aquel momento oí unas voces, no pudiendo figurar la alegría que sentí, viendo que aquello era nuestra salvación, pues eran nuestros compañeros que habían llegado a la paridera y al ver, al rato, que nosotros no habíamos llegado, decidieron salir a buscamos. Cuando llegaron a donde estábamos, todos nos alegramos mucho, dándonos unos sacos que habían encontrado en la paridera y echándonoslos por encima. Por fin llegamos y allí estaba el resto de nuestros compañeros y el dueño de la paridera que, por cierto, se portó muy bien con nosotros, pues suponiendo que teníamos hambre, mató una oveja y asándola, mejor dicho, a medio asar por no tener paciencia, nos la comimos. Pero el problema era para el día siguiente, pues nos juntábamos unos 30 y no teníamos nada para comer. Estábamos a unos 3 Km. del pueblo llamado Añón y decidimos echar a suerte quién iba a ir al pueblo a conseguir comida. Así que los dos que les tocó ir al pueblo partieron hacia él a las 5 de la mañana. Eran las 5 de la tarde y no aparecían por ninguna parte. Estábamos muy impacientes por la suerte que podían haber corrido. Nosotros habíamos montado unos puntos de vigilancia por si acaso, para no caer en una emboscada. Y de pronto, uno de los que estaban de guardia, dio la voz de alarma, diciendo:

-A lo lejos se divisa una caballería con una persona que viene hacia nosotros.

Entonces, observamos que se trataba sólo de una persona que venía con una caballería y, por lo tanto, no nos dio mucho cuidado. Pero, desde luego, sin dejar de observar el terreno; según se iba acercando pudimos ver que se trataba de una mujer, y por fin vimos que se trataba de la mujer del señor Pierres, que era el dueño de la paridera, que a una distancia antes de llegar gritaba:

-Hijos míos, tened cuidado, que se han enterado que estáis aquí y piensan venir a hacer una batida. Tomad, repartiros esto que os traigo y marcharos rápidamente por donde podáis. A los dos que han venido a por el recado les he tenido que esconder en el pajar, pero vosotros, insisto, vosotros marcharos, porque no tardarán mucho en venir las fuerzas.

Así lo hicimos, nos repartimos la comida que nos había dado y marchamos por cuadrillas uno por cada lado.

El grupo en el que yo iba no podía avanzar mucho, ya que venía con nosotros el compañero que tenía tanta edad. Y terminaba la tarde, cuando vimos una cuadrilla a lo lejos que estaban sentados, y fuimos hacia ellos. Al llegar, vimos que se trataba de unos segadores que habían estado merendando, y al acercamos a ellos nos dijeron:

-¿Son ustedes huidos? Nosotros les dijimos que sí, y el patrono dijo:

-Qué pena que no hubieran venido un poco antes, hubieran merendado con nosotros. Pero, no obstante, vamos a ver cómo lo arreglamos.

Llamó a uno de sus obreros y le dijo:

-Apareja la mula que vas a ir a casa y le dices a mi mujer que te de bastante chorizo y pan y que te llene la bota de vino.

Nosotros un poco desconfiados, montamos un par de guardias, por si en vez de traer el recado traía fuerzas para echarnos mano. Una vez que vimos que venía solo con la mula, allí quedamos dos de guardia hasta después de un rato en que habíamos llegado a creer que ya no existía ningún peligro. Nos reunimos con nuestros compañeros y nos pusimos a merendar, que buena falta nos hacía. Cuando terminamos, nos dijo el patrono:

-Bueno, ahora ¿qué rumbo llevan ustedes?

Nosotros le dijimos que íbamos hacia nuestro pueblo y él nos contestó:

-Entonces vengan conmigo y les orientaré por dónde tienen que ir. Pasaremos por el pueblo de Calcena, que yendo conmigo no tienen nada que temer, y les indicaré el camino que tienen que llevar para ir a Gallur.

Así lo hicimos, pero, como es natural, un poco desconfiados de todo. Le pusimos en medio de nosotros y así caminamos todos juntos. Pasamos por el pueblo de Calcena sin novedad, y a cierta distancia nos dijo:

-Bueno, ahora ya van a caminar solos.

Nos indicó el camino y nos despedimos de él, agradeciéndole su buen comportamiento, y vimos que era una buena persona.

Anduvimos unas horas de noche y, cansados, decidimos quedarnos en unas escaleras y descansar un rato. Tan cansados estábamos, que cuando despertamos ya el sol estaba bastante alto. La cuestión es que estábamos desorientados y no sabíamos en dónde nos encontrábamos; vimos a distancia un rebaño de ovejas y su pastor. Le preguntamos qué terreno era el que pisábamos. Al acercamos a él y decirle: «Buenos días», nos miró con cara de asustado y nos dijo: «¿Son ustedes huidos?». Al contestarle nosotros que sí, exclamó: «¡Por Dios!, se vayan pronto de aquí porque si les ven y les cogen, les matarán. Ayer cogieron a ocho personas que eran de Gallur y los fusilaron». Quedamos sorprendidos, pues era la primera vez que oíamos la palabra de fusilar. Como es lógico, nos afectó tal noticia, pero nos costaba creer que se llegara a aquel extremo. No obstante, desde entonces anduvimos con más precauciones.

Al atardecer, llegábamos a términos de nuestro pueblo, Gallur, a una zona llamada Carrizal del Monte, nos metimos en una cabaña que había debajo tierra y al rato vimos, a lo lejos, a un grupo de personas. Sacamos en consecuencia que se trataba de fuerzas de Falange y Guardia Civil, pues veíamos relucir los tricornios, que iban dando una batida. Enseguida vimos que teníamos mala situación, pues si no salíamos, nos cazaban en la madriguera, y si salíamos, nos mataban como a conejos. Pero lo malo es que decidieron todos menos yo, el salir y entregarse a las fuerzas cuando llegaran a nosotros; pero yo no les hice caso y les dije:

-Yo no me entrego, así que si queréis me seguís, que yo voy a salir huyendo.

Y así lo hice y conseguí llegar a unas viñas, y enseguida me di cuenta de que mis compañeros me seguían y me alegré mucho de que lo hicieran. Esperamos a que se hiciera de noche para pasar la carretera general, pues por allí había mucha circulación de fuerzas, y de noche cruzamos la carretera y llegamos al Canal Imperial. Teníamos que pasar el Canal por el arco, y pensamos que al otro lado podía haber alguien haciendo guardia, por lo que decidimos pasar dos, y si no había nadie, avisar para que pasaran. No había nadie. En el terreno llamado la Mina, antes de llegar al pueblo, nos dividimos en tres grupos por no entrar todos juntos; dos entraron por una parte, otros dos por otra, y yo solo, por la llamada El Calvario, que era la calle donde vivía mi novia, hoy mi mujer.

Llamé a la puerta y diciéndoles quién era se levantaron y abrieron enseguida. Al verme, me metieron en casa como un rayo y asustados me dijeron:

-¿Por qué has venido? ¡No sabes, cómo están las cosas!

Entonces, el hermano de mi novia me dijo:

-¡Hala!, quédate con nosotros.

Yo les dije que no, que me iba a mi casa. Entonces, me contestó:

-No debías irte, pero si te empeñas, iré yo a acompañarte.

Yo le contesté:

-No, vaya ir solo.

Y así lo hice. Pero al llegar a mi casa, me di cuenta de que a mitad de la calle iba una patrulla, y como vi que ya no había remedio porque me habían visto, llamé en la puerta de mi casa. Mientras me abrían y no, llegaron a mi altura y pasaron sin decirme nada. En ese momento, una hermana mía me abrió la puerta y se me echó encima, abrazándome llorando. Como el patio estaba oscuro, no me di cuenta de cierto detalle, y es que mi hermana iba enlutada, pero al llegar a la cocina me di cuenta y pensé que un drama grande se había desarrollado en mi casa. Y es que el día anterior habían asesinado a mi cuñado. Como es lógico, me afectó tanto el caso que me hundí moralmente. Transcurrieron unos momentos, cuando llamaron a la puerta, y entonces mi familia, toda asustada, quería ocultarme y querían ellas bajar a ver quién era. Yo entonces, cargándome de entereza, dije a mi familia:

-¡Quietos todos!, que vaya ser yo quien baje a ver quién es el que llama.

Así lo hice, y al abrir la puerta vi que se trataba de uno que, por cierto, teníamos bastante amistad, y me dijo:

-:José, ¡hala!, quiero subir contigo a la cocina, que quiero hablarte.

Una vez arriba, me dijo:

-Ya habrás observado que te han visto cuando llegabas a la puerta; así es que, ¿qué piensas hacer? Yo no te puedo aconsejar nada, porque si te digo que te vayas y te pasa algo, tendré un remordimiento; y si te digo que te quedes, y mi influencia es poca para salvarte, me sucederá lo mismo. Así que eres tú el que debes decidir.

Entonces, como digo, un poco desmoralizado, pero seguro de que no había cometido ningún delito, le dije:

-Me quedo, pues tengo mis ideas sanas y nobles, y nadie me puede reprochar mi comportamiento. Así es que, al día siguiente, como había orden de que todo el que había pertenecido a algún partido de izquierdas o a la UGT tenía la obligación de presentarse a las autoridades (yo pertenecía a la UGT, pero no a algún partido), me presenté a ellos. Una vez presentado, enseguida me di cuenta de que me había equivocado al catalogar los sentimientos de los que se llamaban nacionales, pues pronto empezaron los interrogatorios, acompañados de malos tratos. Si contestaba a las acusaciones que me hacían, injustas, me maltrataban y si callaba, aún lo hacían con más furor. Así que, ¡cuántas veces me maldije por haber confiado en ellos! Estando en ese trance, paró en la puerta del cuartel un camión que iba lleno de falangistas que venían de la parte de Cinco Villas, y entraron en el cuartel de la Guardia Civil. Uno de ellos dijo:

-¿Este trato tan amable les dais a estos perros?

Y con el mosquetón que llevaba me lanzó con todas sus fuerzas un golpe en mis partes, que menos mal que al verle la intención di un brinco y esquivé lo que pude. Aun así, estuve unos días deshecho de dolores.

Continuara…

ENLACE A LA SEGUNDA PARTE

Bibliografía

• Ángeles Izquierdo, M.ª, Ramón García, J., José Sierra, M.ª, José Galindo, M.ª; Me lo han contado y lo cuento. La guerra civil en Gallur, N.º1 de la Colección «Los Cuadernos de Clase», Seminario de Fuentes Orales, I.E.S. Avempace, Zaragoza, 1999.

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