En estos días tan cercanos a Halloween, la Noche de las Ánimas, el Día de Difuntos o de Todos los Santos, tan propicios para hablar del mundo de lo sobrenatural, de magia y de misterio; es bueno saber que Gallur no solo tiene leyendas de amor y de ocultos tesoros, sino que también las tiene fantasmagóricas.
Gallur era un punto estratégico desde donde se podía controlar la margen derecha del Ebro, era el único punto alto del lugar situado a esa orilla. Por ello, nada más ocupar la zona, Alfonso I el Batallador, el conquistador de Saraqusta –Zaragoza-, mandó construir un castillo en los alrededores de la plaza donde hoy en día está situada la iglesia del pueblo.
El primer tenente del castillo fue Don Artal de Alagón y parece que no lo hizo mal del todo, al menos durante seis u ocho años. Todo cambió en la última fase de su mandato, cuando el noble señor enloqueció, no sabemos si porque el poder se le subió a la cabeza o por las pesadas cargas y responsabilidades inherentes al cargo.
Sin embargo, nuestros paisanos en aquellos años daban otra explicación a la causa de su locura, contaban una leyenda que se perdió en la noche de los tiempos. Se decía que mientras daba un paseo por las alturas del castillo, al bueno de Don Artal se le apareció una noche de luna llena una brillante luz. Al acercarse, de repente el resplandor desapareció. Nuestro protagonista esperó largo y tendido en el lugar, hasta que el destello reapareció y cuál fue su sorpresa, pues esta vez el fulgor fue acompañado de una dulce voz femenina que le invitaba a quedarse y que le prometía que cuando tuviese suficiente fuerza se dejaría ver.
Poco a poco fue dejándose ver y resultó ser una hermosa mujer con un vestido blanco. El caballero inició una conversación con la misteriosa doncella, la cual admitió ser mora y llamarse Serena Alma. La bella dama le explicó que tras la conquista toda su familia mora emigró, pero ella, amante de nuestro pueblo, decidió quedarse en nuestra villa, vagando de un lado para otro hasta que murió y fue enterrada en el mismo lugar, donde con el tiempo se levantó el castillo. La desdichada dama tan sólo buscaba compañía en su solitario vagar y Don Artal, prendado por su belleza, se enamoró perdidamente de ella. Desgraciadamente, al tratarse de un alma, su amor no podía consumarse y fue esto lo que afectó a su lucidez.
Sus sucesores, Palacín y Blasco de Maza, también fueron seducidos por sus encantos y tuvieron el mismo final. Cuando el castillo pasó a depender de la Orden del Temple, ya nada más se supo de la muchacha pero, a algunos les gusta pensar, que Serena Alma sigue manifestándose en los alrededores de lo que hoy es la Iglesia, fascinada por el pueblo que le vio nacer.
Santiago Navascués Alcay.
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza.