Los agrestes montes de El Castellar, que hoy en día bordean la carretera de Alagón-Tauste, aquellos yermos montículos calizos desde los cuales se vislumbra a sus pies el Ebro y a su afluente el Jalón, cercados por cultivos cerealísticos y hortalizas de toda laya; antaño fueron cerros llenos de vida.
Eran frontera de los pueblos íberos, vascones y celtíberos. Sus salinas escombreras eran oro en tiempos en los que no había otra forma de conservar los alimentos, que mediante el uso de la sal, mineral que además es indispensable para el ganado. El Castellar ponía fin a un tradicional camino para el ganado que empezaba en los Pirineos. Desde allí bajaban los pastores con sus rebaños para protegerlos del frío invernal de las montañas. Todas estas culturas dejaron su impronta en el lugar, al igual que los romanos, que vieron en las minas de sal una excusa para explotar el terreno.
En la Edad Media se convirtió en un lugar estratégico, pues desde estos montes se dominaba todo el valle del Ebro. Enterramientos y restos de fortificaciones musulmanas jalonan sus cumbres. Frente al actual Torres de Berrellén, se erigía orgulloso un castillo del cual sólo quedan ruinas. Los inicios de su construcción fueron orquestados por Sancho Ramírez en el año 1086, para proteger a los colonos cristianos que se atrevían a poblar las tierras musulmanas del Ebro. Alfonso I culminó la obra, amenazando a la Medina Albaida, la Ciudad Blanca, como era conocida Saraqusta –actual Zaragoza-; pues desde este castillo, junto con el de Juslibol, se controlaba toda ribera. Fue presa de sus mazmorras su mujer, la reina Urraca de Castilla, con la que no se llevaba demasiado bien. Según las crónicas de la época:
«Y porque en esto y otras cosas la reina excedía los límites de mujer y se trataba más suelta y deshonestamente de lo que convenía, el rey la mandó poner en buena guarda en El Castellar, que era un castillo fuerte en la ribera del Ebro.»
Una vez conquistada Zaragoza en el año 1118, lo único que se interponía en el control absoluto de la vega del Ebro en la zona, era el altivo castillo musulmán de Gallur, situado en la otra orilla, en la margen derecha del Ebro. Es por eso que fue tomado en el año 1119.
Una vez fueron anexionados estos territorios ya no había necesidad de dominar desde las alturas ninguna vaguada y el poblamiento ubicado junto al castillo y el propio castillo en sí, dejaron de tener razón de ser. Resultaba tedioso para los habitantes del lugar bajar aquellas lomas para cultivar los fértiles campos que rodeaban al Ebro y al Jalón que se sitúa a sus pies. Los campesinos comenzaron a construir casas labriegas, que en Aragón se llaman Torres, en el llano frente al castillo para no tener que subir y bajar todos los días a hacer sus labores, dando origen al actual Torres de Berrellén. Poco a poco, las alturas fueron despoblándose desde el siglo XII hasta quedar completamente abandonadas entre el siglo XVI y XVII.
¡Qué de historias y aventuras transcurrieron entre aquellas barranqueras, hoy vacías de tránsito humano!
Santiago Navascués Alcay.
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza.